Estoy casi segura de que fue un febrero. Papá seguía enfermo de melancolía y yo no sabía cómo darle tamaña noticia, pero la profesora de Cívica fue implacable: Ah, ¿no entiende? Chistosita, ¿no? Se me larga ¡ya! Y se queda fuera de clase el resto del trimestre, a menos que venga con su representante. Salí de clase soplándome el cerquillo y diciendo mi habitual “no me parece”, pero aterrada.

Esa noche casi no dormí. Me importaban un bledo la pinche clase de Cívica, la bandera, el escudo, las efemérides y sus héroes, pero me aterraba la idea de añadir una preocupación a la tristeza de papá. Soñé toda la noche en la madre Rosario, sus palabras en ese españolísimo dialecto, llegado directamente de la Madre Patria, retumbaban en mi cerebro: No entender qué es una fiesta patria, desde luego, ¿eh?

¿Os habéis dado cuenta de que sois una chica de mal espíritu, Varea?

No dije nada en la casa, por suerte mi hermana Pati, “la ejemplito”, ya se había graduado (obviamente con todos los honores, con el mejor promedio y la medalla de oro) y nadie tenía forma de enterarse de que yo pasaría fuera del aula del tercer curso durante dos meses.

No entiendo cómo podemos ser libres si las cadenas de la pobreza y la injusticia siguen atándonos.

Han pasado casi cincuenta años y sigo sin entender qué se celebra en las fiestas cívicas. Aparte de parecerme que en un país en crisis los negocios pequeños como el mío nos hacemos pedazos en cada vacación, sigo sin comprender el porqué de tanta algarabía, desfile, discurso, jura de bandera, flores en los monumentos, sesiones solemnes y demás. Fuera de broma, creo que sí tengo mal espíritu.

La semana anterior, el 10 de agosto festejamos a Quito Luz de América. Celebramos el Primer Grito de la Independencia. Yo no alcanzo a ver ni la luz ni la independencia.

No entiendo cómo podemos ser libres si las cadenas de la pobreza y la injusticia siguen atándonos. ¿Dónde está la luz si la desigualdad es cada vez mayor, si la desnutrición y la falta de educación no nos dejan dormir?

Encuentro un tuit de Diana Zapata (@Dianafzc) y veo que no soy la única: “Me genera conflicto ser docente y que lo relacionado a los símbolos patrios, ciertos héroes y sus gestas así como actos cívicos y solemnes no me llamen para nada la atención ni me inspiren nada. Prefiero el civismo que nace de lo que hacemos por otros, de los actos cotidianos”.

Ya es hora de dejarnos de vainas, de efemérides y vacaciones sin sentido. Ya es hora de olvidarse de glorias pasadas y empezar a pelear batallas de verdad como la corrupción de los políticos, la inmundicia de la Asamblea, de las leyes y los jueces.

No es justo seguir contando a los niños la historia de la bandera con el rojo de la sangre que derramaron nuestros héroes, y ¿la sangre que se derrama a diario? Les seguimos mintiendo que nuestro himno es el segundo mejor del mundo y que el escudo es el emblema de la riqueza, pero ¿les contamos que esa riqueza está mal repartida?

Demos a los niños una verdadera educación cívica, enseñémosles a respetar al otro, a recoger la caca del perro, a cruzar la calle debidamente, a dejar la sapada, a botar la basura en el basurero, a ser solidarios y a trabajar honestamente. (O)