Este viernes, 13 para complicar, se cumplirá el centésimo nonagésimo segundo aniversario de la fundación del Ecuador. En esa fecha de 1830 se proclamó la independencia definitiva y completa de nuestra nación. Un día que los ecuatorianos prefieren olvidar, lo que es tan aberrante como que un ciudadano quisiera borrar del calendario su cumpleaños y hacer desaparecer su partida de nacimiento. La Gran Colombia había dejado de existir y un grupo de notables en Quito llamó a conformar un país independiente. El representante del Gobierno colombiano hasta entonces, el venezolano Juan José Flores, asumió el poder y llamó a una asamblea constituyente que, reunida en Riobamba, estableció el Estado del Ecuador, que formalmente se mantenía como parte de una inexistente federación colombiana. Jamás se dio un solo paso para concretar esta hipotética unión. La mayoría de los ecuatorianos lamenta que se haya disuelto la Gran Colombia, pero no ha existido nunca un partido colombianista, ni un gobernante ha intentado iniciar siquiera la reconstrucción de lo que llaman con añoranza “el sueño de Bolívar”.

El caso es que el 13 mayo de 1830 el Ecuador adquirió definitivamente su soberanía, proclamada en 1812 en Quito, culminando el proceso de independencia iniciado el 10 de agosto 1809. Pero esa nación incipiente fue rápidamente ahogada en sangre. Habrá que esperar al 9 de octubre 1820, para que en Guayaquil se declare la independencia de estas provincias, pero Bolívar, violentando la voluntad popular expresada en un plebiscito, las incorporó manu militari a Colombia. Quienes lamentan la disgregación de ese enorme país piensan que habría sido un ente poderoso y adelantado, del que formaríamos parte. Los datos demuestran que las más grandes repúblicas latinoamericanas no son significativamente más desarrolladas que el resto del subcontinente. Si hubiese sobrevivido el coloso bolivariano, conociendo la tela, habríamos sido la región más postergada por pequeña y pobre.

Otro punto polémico en este nacimiento fue “bautizar al wawa”. El país se llamaba Quito desde antes de la invasión inca y siguió siéndolo durante la colonia española. Desde la visita de los geodésicos franceses se comenzó a hablar de “las tierras del Ecuador”, nombre que se haría oficial bajo la Gran Colombia, pero solo para el departamento del norte, que incluía las provincias de Pichincha, Imbabura y Chimborazo. Alguien propuso llamarlo Atahualpina, pero se escogió Ecuador. Algunos quiteños quedaron resentidos, pero veámosle los lados buenos. La más probable significación de la palabra Quito es “sol recto”, una idea cercana a Ecuador; entonces, se puede considerar a la una traducción de la otra. Por otra parte, es el único Estado en el mundo que tiene por nombre un concepto científico, y debería ser un llamado a la racionalidad y al pensamiento lógico. Finalmente, Ecuador no es una “línea imaginaria”, no es un paralelo que se traza en cualquier parte; es una realidad geográfica, climática, ecológica y, por tanto, humana, histórica y cultural. Forma una cruz con la cordillera de los Andes y nos bendice con condiciones únicas que no sabemos aprovechar. (O)