Después de los horrendos actos de barbarie cometidos, ha poco, en el territorio nacional, volvemos a pensar en la posibilidad de cambiar el modelo centralista de gobierno a un Estado federal, tal como ocurrió en octubre de 2019.

Pero, antes de ver las ventajas que, posiblemente, este cambio conllevaría, es necesario profundizar un poco en la finalidad de las protestas de junio pasado. Es evidente que el objetivo no eran forzosamente los diez puntos pregonados por los dirigentes del movimiento, sino conseguir en la Asamblea la aplicación del artículo 130.2, de la Constitución, creando el caos y la conmoción social, para deshacerse del presidente de la República.

Que debemos cambiar el sistema es una necesidad, porque un Estado centralizador no camina hacia adelante. Pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer que debemos rectificar su estructura, en los tres pilares fundamentales, que son el Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Si nos equivocamos en la elección de los dos primeros, impuestos por los “propietarios” de los partidos y movimientos políticos, todo seguirá siendo o funcionando de acuerdo con las consignas de los grupos tradicionales de poder, lo cual rebotaría en el tercero, porque seguiríamos manteniendo –salvo excepciones– una administración de justicia secuestrada.

Jaime Nebot: Hay candados constitucionales que le privan al pueblo de su derecho a decidir su destino y tiene que destruirlos

Hemos permitido que los narcos se apoderen de nuestros territorios y sometan a nuestros infantes y adolescentes a los efectos de la droga; abrimos las fronteras para que cualquiera venga y sin cortapisa alguna se instalen las mafias en el país; hemos facilitado los grandes negociados, para que, a través de los sobornos, unos pocos se vuelvan millonarios de la noche a la mañana, en detrimento de las masas populares, ávidas de recibir escolaridad, vivienda, salud, agua potable entubada, electricidad, etc.

Para que se dé realmente un cambio en el Ecuador, tenemos que comenzar por las bases, dando al pueblo una buena salud y una educación, cuando menos, aceptable, y proporcionándoles los servicios básicos necesarios. Si tenemos más de un 30 % de niños desnutridos, estos, por desventura, no podrán tener una inteligencia normal, lo cual significa que se dejarán llevar por donde la corriente los conduzca.

Un Estado federal nos haría permanecer juntos por un solo fin, conservando cada uno su identidad, definiendo su rol dentro del país y teniendo una mayor autonomía para administrar los recursos y destinar un porcentaje de estos a instituciones comunes, mientras que el Gobierno central determinaría las relaciones internacionales, la defensa nacional y la política económica. Pero ¿todas las provincias tendrían la capacidad para vivir por sí solas?

No es fácil hacerlo y no es solo el cambio de patrón administrativo lo que requerimos. La transformación debe provenir, primero, de nosotros mismos, para adoptar no un modelo copiado, sino uno que nos calce, que obedezca a nuestra idiosincrasia, recursos, posibilidades, costumbres, etcétera, que sea lo suficientemente descentralizado y desconcentrado para evitar lo que vivimos desde que somos república, aunque debemos reconocer que no solo es el centralismo el que nos consume, es también la corrupción. (O)