Resulta necesario estar atentos a las reacciones que se generarán luego de conocer los resultados de las elecciones presidenciales que se celebrarán mañana domingo en Nicaragua, toda vez que, sin perjuicio de que esas elecciones sean viciosas y tramposas, no faltarán ungidos y taimados que ensalcen de forma jubilosa el triunfo de Daniel Ortega como un eslabón más en la construcción de la patria grande, la espada de Bolívar, etcétera. Hace algunas semanas, Nicolás Maduro denunciaba una supuesta campaña brutal contra Nicaragua y, como tal, “toda la solidaridad con el pueblo sandinista”, como si acaso la letanía de atropellos democráticos que se han cometido en los últimos tiempos en ese país formara parte de una amplia confabulación en contra de los denominados Gobiernos progresistas de la región.

En realidad, ningún observador serio podría dudar de que las elecciones del día de mañana constituyen una verdadera farsa, un fraude colosal auspiciado por Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo, cómplices de una implacable persecución a sus adversarios, lo que ha permitido que 39 líderes opositores fueran detenidos, entre ellos, 7 precandidatos a la presidencia. Para lograr su objetivo, el Gobierno nicaragüense montó una estrategia de denuncias de presuntos delitos, como lavado de dinero y actos contra la soberanía, en contra de sus opositores, excluyéndolos paralelamente de la competencia electoral; en otras palabras, Daniel Ortega, actuando de forma alevosa e ilegal, ‘limpió’ el camino electoral, allanando la posibilidad de una nueva reelección, lo que ha permitido revivir el recuerdo de la dictadura somocista, ingrata sombra en la historia del país centroamericano. Y pensar que Ortega dice ser el sucesor de Augusto Sandino, en cuyo nombre se han construido tantas mentiras.

Hay un dato curioso que se repite en la historia de Nicaragua: hace décadas, se mencionaba que Dinorah Sampson, amante de Anastacio Somoza Debayle, se había convertido en la mujer más influyente en Nicaragua, adquiriendo un poder que crecía con el paso del tiempo; en la época actual es la mujer de Daniel Ortega, Rosario Murillo, quien mueve los hilos del poder y gobierna en realidad el país, sin olvidar el oscuro episodio ocurrido años atrás, cuando en lugar de apoyar a su hija, Zoilamérica Narváez (quien había denunciado a su padrastro Daniel Ortega por abuso sexual cuando era niña), prefirió expresar a los cuatro vientos que todo era una mentira infame de su hija natural. Hago referencia a este episodio toda vez que evidencia la miserable condición humana del actual presidente nicaragüense y de su mujer, obsesivamente embriagados con el poder.

Más allá del sainete consumado que se dará mañana, reitero mi sugerencia de revisar con detenimiento los mensajes de apoyo y felicitación que recibirán Daniel Ortega y Rosario Murillo luego de proclamarse los resultados electorales. No me cabe duda de que, pletóricos y rebosantes, algunos incluso se atreverán a proclamar que lo de Nicaragua es una muestra del irreverente poder popular con un nítido triunfo electoral. Farsantes. (O)