Me resulta chocante cuando una persona mayor dice no tener tiempo. Porque es la etapa de la vida en que se supone que es el bien del que más se dispone. Y como estoy en esa etapa y es lo que más me reprochan: usted siempre está ocupada, nunca se la encuentra, es envidiable su ritmo de trabajo… me siento entre avergonzada y desorientada. Ambas cosas.

Soy bastante holgazana y aprecio sobremanera los momentos sin hacer nada, los momentos de ocio, de simplemente estar. Cada vez los valoro más, los atesoro, soy avara de ellos, e intento que nadie interfiera con los mismos. Quizás por eso no tengo tiempo, estoy muy ocupada conmigo misma. Amo el silencio. Lo que me permite después estar muy ocupada con los demás, con las personas, con los hechos que me preocupan, con los proyectos a poner en marcha.

Tiene que tomar vacaciones para desestresarse… pero si no estoy estresada… He intentado comprender qué sucede y he llegado a la conclusión de que me es muy difícil aburrirme. Casi todos insisten en que debo parar y termino teniendo vergüenza de continuar haciendo lo que los demás llaman trabajo, que traducen en cansancio, estrés y fatiga. Me pregunto por qué siempre me despierto entusiasmada por los procesos en que estoy involucrada, por los cambios que espero y encuentros que valoro. Hay una regla que trato de respetar a rajatabla: una cosa por vez y lo más concreto posible.

Hay una regla que trato de respetar a rajatabla: una cosa por vez y lo más concreto posible.

Lo que alimenta ese estupor alegre, esa especie de sonrisa interior constante en medio de los desastres en que estoy sumergida, es quizás la holgazanería que me permite ir con calma admirando, y otras veces indignándome, lo que encuentro. Lo aprendí en la unidad de cuidados intensivos donde estuve hace unos años entre la vida y la muerte. Si no se está absorto en el presente se puede enloquecer. Una experiencia mucho más fuerte y con consecuencias mucho mejores pasaron José Mujica viviendo en un aljibe largos años de su vida, Mandela en la pequeña celda que fue su hogar tantos años. Es la condición a la que someten a los reclusos de La Roca, obligarlos a estar solos 22 horas sobre 24, sin salir. Los expone a la demencia o a encontrar el sentido de la vida. Dadas sus condiciones previas, más a lo primero que a lo segundo.

Estos días estrenamos tiempo, un lujo realmente en un mundo acelerado que corre para tener más, ganar más, comprar más. Un mundo que no resuelve los grandes problemas del hambre y la inequidad, un mundo agobiado que busca tiempo y cada vez se le escurre más entre las manos. El progreso técnico, el cambio social, los nuevos valores, la información constante nos conducen a encontrar el tiempo como un bien cada vez más escaso. La exigencia de rapidez, y efectividad nos presiona y en su nombre presionamos.

Como para mí, cada año que empieza, cada día que comienza puede ser el último y el primero de muchas cosas, ¿qué tal si este año vamos más despacio porque tenemos prisas, muchas prisas? ¿Qué tal si nos volvemos escuchadores, admiradores, soñadores, además de críticos, trabajadores? ¿Qué tal si aprendemos a estar concentrados plenamente, totalmente en el hoy que contiene el ayer, incuba el mañana y es lo único que tenemos? ¿Qué tal si hacemos del tiempo el ancla que nos arraiga y nos da alas? (O)