Hace algunos años, Ecuador podía jactarse de ser un “territorio de paz”. Esos días quedaron atrás. Hoy estamos en guerra, envueltos en un enfrentamiento que apenas empieza y que será mucho más destructivo que el conflicto contra el Perú. Cuanto antes los ecuatorianos tomemos conciencia de ello, más probabilidades tendremos de salvar a nuestra patria de sus enemigos.

...nos enfrentamos ante un peligro existencial, el cual amenaza con derrumbar los... cimientos de nuestra república...

La delincuencia que tiñe de sangre nuestras calles está lejos de ser delincuencia ordinaria. La violencia que presenciamos todos los días es síntoma de un proceso sistemático por el cual bandas organizadas están tomando el control de nuestro país. Estamos viviendo en carne propia un proceso similar al que ha ocurrido en otras partes del mundo como México, donde las mafias y carteles acaban adueñándose de territorios enteros, sometiéndolos a su propia ley. El propósito final de estas bandas, por lo tanto, no es simplemente delinquir, sino desplazar la autoridad soberana del Estado. Es por eso que hablar aquí de la necesidad de una “guerra” contra la delincuencia no es ninguna exageración o metáfora, sino que responde a la realidad: nos enfrentamos ante un peligro existencial, el cual amenaza con derrumbar los mismísimos cimientos de nuestra república y convertirnos en súbditos de narcotraficantes. Lo que está en juego no solo es nuestra seguridad, sino nuestra soberanía política.

El desafío al que nos enfrentamos es mucho más complejo que una guerra convencional. Cuando uno se enfrenta a un ejército invasor, el enemigo es fácilmente identificable. Se sabe quiénes son los combatientes y sus generales, así como los objetivos tácticos a destruir. Aquí, sin embargo, nuestros adversarios están ya infiltrados en nuestra sociedad e instituciones. Aprovechándose de nuestra podredumbre institucional, las mafias y carteles han encontrado poca resistencia para establecerse en Ecuador. La corrupción que hemos permitido impere a todo nivel de nuestra sociedad ha sido su mejor aliado. Peor aún, es cada vez más evidente que el narcotráfico tiene sus garras incrustadas en nuestra política. La inoperancia de nuestra Asamblea, reacia a aprobar o proponer cualquier tipo de reforma en materia de seguridad ciudadana, no es simplemente consecuencia de su demostrada ineptitud, sino que es una verdadera traición que responde a los intereses criminales de nuestros adversarios.

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Si el Estado ecuatoriano ha de sobrevivir, entonces debe declarar guerra total en contra de la delincuencia organizada y adoptar tácticas radicales para asegurar la seguridad de sus ciudadanos y la continuidad de su soberanía. Las bandas delincuenciales que azotan a nuestra nación deben ser catalogadas como grupos armados beligerantes, similares a guerrillas o grupos terroristas, y tratadas acordemente. Cualquier estrategia que no acepte esta realidad fracasará. Igualmente, los políticos y funcionarios corruptos que han facilitado que las mafias se tomen nuestro país deben ser tratados como lo que son: traidores que han vendido nuestra patria a cambio de treinta monedas de plata. Es momento de dejar atrás toda tibieza. Estamos en guerra. (O)