En general, es escéptica aquella persona que no cree de buenas a primeras aquello que otra le está diciendo. Y, si lo que hacemos a diario es tratar de comprender el mundo de la vida, podríamos afirmar, entonces, que la experiencia cotidiana hace que casi todos mostremos algunas dosis de escepticismo con relación a lo que oímos, vemos y leemos: tratamos de no comer los cuentos que a diario nos echan en la vida pública, televisiva, noticiosa, laboral, etcétera. Dudar de lo que nos están diciendo es una forma de esclarecer qué es lo verdadero y qué lo falso, y, especialmente, conseguir una mente abierta para entender nuestro alrededor.

¿Cuándo llegará el tiempo en que examinemos nuestras propias responsabilidades sobre lo mal que funciona el país?

Sobre el mensaje a la nación del presidente Guillermo Lasso por su primer año de gobierno, ya se han escrito, desde diversos cauces, ríos de tinta: por un lado, que no hay que creerle, que es un mentiroso, que está conduciendo el país hacia el caos, que es un neoliberal de derecha; por otro, que está reactivando al país, que los índices macroeconómicos son estupendos, que no es responsable por el pasado, que gobierna lo mejor que puede. Esta división de opiniones da cuenta de cómo los ecuatorianos nos comportamos ante los asuntos públicos: solo viendo la responsabilidad de los otros y no las nuestras propias.

Hacia el año 200 de nuestra era, en el Imperio romano, vivió un médico llamado Sexto Empírico que escribió, entre otros, los libros Esbozos pirronianos, Tratados escépticos y Contra los dogmáticos, con los que buscaba esclarecer los fundamentos del escepticismo: suspender el juicio que tenemos sobre las cosas con el propósito de llegar a un estado de calma y tranquilidad.

Para él, dejar de juzgar no consiste en dejar de opinar o actuar, sino disponernos a tomar en cuenta las ideas contrarias con el fin de no abrazar inopinadamente respuestas absolutas, que, sobre los asuntos humanos, casi nunca las hay. Sexto enseña sensatez y serenidad.

El tiempo dirá, mejor que cualquiera de nosotros ahora, si las ideas y las acciones del presidente Lasso benefician a la mayoría de ecuatorianos, si su concepción del Estado logra integrarnos más como nación, si en el concierto de los países latinoamericanos aportamos algo positivo. Lo que sí debe subrayarse es que el presidente Lasso se comporta como un demócrata, asunto que no es cualquier cosa en nuestro país que soportó más de una década los abusos y las ilegalidades del poder público con Rafael Correa y sus colaboradores cercanos, los integrantes de la pandilla que él dirigió desde el Ejecutivo.

A propósito del país que imaginaron los luchadores de la Independencia, me pregunto por qué los conductores de vehículos, allí donde hay tres carriles, se apretujan y forman cinco; por qué la viveza criolla nos ha convencido de que está bien robarle a un individuo o a una sociedad; por qué sistemáticamente el cliente no tiene la razón; por qué evadimos el pago de impuestos; por qué no respetamos la cola; por qué admiramos al maleante elegante. Por qué no nos define, como comunidad, la obediencia a la norma y a la ley. ¿Cuándo llegará el tiempo en que examinemos nuestras propias responsabilidades sobre lo mal que funciona el país? (O)