La decisión de la Corte Constitucional despejó solamente una de las incógnitas que se plantean alrededor del futuro político. Todas las demás, que son muchas, siguen presentes. La principal de estas se sintetiza en un simple modismo de dos palabras que muy pocas veces lo utilizamos en estos lados: ¿después qué? Hemos visto hasta la saciedad desfilar por toda la gama de medios a constitucionalistas, politólogos, expertos en comunicación y opinadores de todos los tipos posibles, pero solo muy pocos se han hecho la pregunta acerca de lo que ocurriría después de que se configure cualquiera de los desenlaces posibles. Seguramente esa relativa ausencia se deba a que todos los escenarios anuncian un futuro complicado.

Si el presidente fuera destituido por medio del juicio (o si renunciara), debería asumir el vicepresidente, una persona de la que apenas conocemos su nombre y su profesión. No tiene una trayectoria política o de desempeño en lo público, en la que hubiera podido conformar un equipo o adscribirse a uno existente. Es una incógnita, como lo fue desde el inicio, cuando Guillermo Lasso lo escogió como compañero de binomio. No hay un solo factor que impida dudar de la debilidad que tendría un gobierno suyo, con lo que se convertiría en plato apetecible para quienes tienen larga experiencia en los manejos de trastienda. Lo más probable sería que una gestión suya se asemejara a la de su colega de profesión Alfredo Palacio que, más allá de sus valores personales, no tuvo más trascendencia que terminar de aceitar las bisagras de la puerta para que entre el caudillismo.

Si por cálculos individuales y partidistas o por un hábil trabajo del ministro de Gobierno no existieran los votos necesarios en la Asamblea, el presidente se mantendría en el cargo y muy probablemente nada cambiaría con respecto a la situación actual. Se puede suponer, sobre la base de lo que se ha visto hasta ahora, que el presidente lo tomaría como un triunfo personal y seguramente como una muestra de apoyo a su gestión. No hay razones para esperar algún cambio en la orientación de un gobierno que se ha encerrado en un círculo estrecho y carece de visión social. La penosa cadena de la noche del último jueves, centrada en lo personal y sin una pizca de condumio político, constituye un pésimo antecedente de la manera en que va a enfrentar el juicio y acerca de lo que puede venir.

En síntesis, estamos ante un conjunto de alternativas negativas. Quizás la menos mala sería la última...

El panorama no sería muy diferente a este último si se decidiera por la disolución de la Asamblea, con el agravante de que en pocos meses se abriría un escenario más incierto con la elección a la que debe convocar. Es probable que en la de asambleístas se produzcan resultados parecidos a los de las últimas seccionales, con una primera bancada que apenas alcanzaría un tercio de los escaños y una veintena de liliputienses, unos y otros de igual o peor nivel que los actuales. La contienda presidencial sería la oportunidad ideal para el triunfo de un autoritario al estilo Bukele o de un incapaz en la línea del peruano Castillo.

En síntesis, estamos ante un conjunto de alternativas negativas. Quizás la menos mala sería la última, porque la decisión pasaría de los asambleístas y del presidente a la ciudadanía que, con su voto, podría escoger entre el malo y el peor. Aunque viendo los resultados de sus (nuestras) decisiones tampoco hay mucho lugar para el optimismo. (O)