Estudié Derecho, pero me fui por el camino torcido. Los libros me sedujeron y yo me dejé; sin embargo, la inseguridad me ha hecho su presa y me ha puesto a aullar no solo en las noches de luna. Hubo una época en la que devoré libros de administración, marketing y flujo de caja. ¡Qué perdida de tiempo! Todos y cada uno de esos manuales aconsejaban: No se haga amigo de sus clientes. Mantenga al margen sus afectos. No se involucre en los problemas afectivos y/o de salud de la gente a la que le vende o le compra un producto. Maneje su empresa con la cabeza, no ande a cargar su corazón… Ninguno me sirvió, muchos de mis amigos han llegado a mi vida a través de los libros y de los talleres de narrativa que dicto. No ser parte de su vida si sé lo que leen y lo que escriben es imposible. Conozco un poquito de su alma, no puedo quedarme impávida ante su dolor; no puedo no abrir mis brazos ante su abrazo y no alzar mi copa junto a la suya para brindar por la vida. En estos tiempos duros la palabra nos ha sostenido.

Un miércoles de taller, el grupo de las “impresentables” se deshizo. Ana nos contó que ella y su mamá tenían COVID-19. Estaba muy cansada para conectarse. Yana se conectó pero su mente volaba. Su hermano, su papá y la esposa habían pescado el virus. Jana y yo tuvimos la clase desasosegadas.

El papá de Yana empeoró. Una noche la llamé y sus lágrimas lo inundaban todo. Una mezcla de dolor, impotencia y rabia le hacía llorar a mares. Esperé a que pudiera hablar. Cuando pudo contarme lo que le pasaba era yo la que lloraba de dolor, impotencia y rabia.

Su padre tuvo una descompensación y el médico de cabecera pidió unas placas de los pulmones. En una ambulancia bajaron al paciente desde Quito hacia un hospital. Un médico los recibió con los brazos abiertos, pero no para abrazarlos, sino para decirles: ¡Pare, pare. La placa de pulmón cuesta mil dólares, si no tiene el dinero ni le baje al enfermo! Yana podía pagar, su padre fue llevado al área de Emergencias. Mientras esperaba quiso orinar, entonces su otra hija pidió que lo atendieran, pero la respuesta fue: No le puedo ayudar, ustedes no han pagado todavía.

El resultado de las placas no fue bueno y el hospital en cuestión no tenía una cama para ingresar al paciente, entonces, mientras sus hijas buscaban desesperadamente una casa de salud donde llevarlo, el galeno de la historia les gritó: A su papá le va a dar un infarto, y si se muere aquí los responsables seremos nosotros, ¡llévenselo, llévenselo!

Entiendo la diferencia entre un hospital privado, uno público y uno de beneficencia. Sé que los privados son una empresa con fines de lucro cuyos socios invirtieron su dinero para hacerlo producir; sé que su negocio es la salud, que necesitan enfermos, accidentados y golpeados para que la empresa prospere. Esto no los hace malas personas, ese es el sistema y ellos son parte de él. Pero lo que sí les vuelve inhumanos es un trato como el que dieron a Yana y su familia.

Nadie desconoce el trabajo maravilloso de muchos médicos privados durante esta temporada alta, pero la mística de servicio no pueden perderla de vista. (O)