La pérdida de los referentes que operaban cual principios absolutos de la ley y el orden han debilitado la función paterna en el mundo líquido. El acceso universal a las TIC, los cuestionamientos de la ciencia, la acometida de los derechos individuales a la medida, el consumismo salvaje, el traslado del patrón ‘consumidor-mercancía’ a las relaciones humanas y el fanatismo religioso extremo, también aportan al caos y volatilidad actual.

Con la caducidad de los valores tradicionales, prima el individualismo exacerbado, la ambición desmedida, la fragilidad de las estructuras, el compromiso efímero. Se desdibujan los límites que contenían las pulsiones, como si los hilos de sus bordes se hubieran descosido. En este contexto, la nueva forma invisible de maldad es pensarse -sin distinción de clase, credo, género, etnia o discapacidad- como una persona moral sin serlo.

¿Nos hemos vuelto en este país como esa boa, aguardando el momento preciso para autodevorarnos?

La religión ya no genera el efecto hipnótico que antes remordía la conciencia y conminaba a las personas a buscar el perdón y reparar el daño. Tampoco la familia. Y menos el Estado. Parecería que la conciencia del mal se hubiera dispersado en otros síntomas y la noción del bien hubiera sido devorada por aquella. Hoy nos sumergimos en un estado de entropía ética, sin ninguna vergüenza, cautivados por el dinero, ávidos de poder.

Me pregunto en qué momento las ‘infancias agujereadas’ de quienes delinquen, y de quienes los protegen, se enmascararon de perversión y el sufrimiento de otros pasó a ser parte de su goce, inmovilizados, como en el juego de las estatuas, frente a las historias de dolor e impotencia suscritas.

¿Es que el mal es una tarea pendiente que debe ser cargada desde la comunidad en los hombros del futuro? Porque el mal “no es privación de bien ni principio opuesto desde fuera, sino justo el Bien sustraído a sí mismo. Imposibilitado de nacer, mal es lo que impide al bien nacer para tomar su lugar” (R. Esposito). Claro ejemplo el del nazismo. Y lo ha anotado el filósofo: no solo los hombres sino la misma comunidad ha sido fundada por la violencia homicida. Caín da muerte a Abel, Rómulo a Remo, y no son meros asesinatos. Son asesinatos fratricidas.

Así interpretados los hechos en esta cultura criminal y corrupta, es imperativo mantenernos lúcidos frente al comportamiento de los funcionarios públicos y denunciarlos si vulneran nuestro patrimonio moral, cultural, financiero y el estado de derecho democrático. La repulsiva verborrea de un concejal, las alianzas políticas amorfas, los audios clandestinos de asesores, los habeas corpus a la carta, los amarres en la función judicial o los pactos legislativos contra natura deberían espantarnos.

Recuerdo una historia de Rosa Montero sobre un niño con una boa como mascota. La había cuidado desde que nació y dormía en su cama, pero antes de enroscarse, la boa se estiraba a lo largo y permanecía rígida unos segundos. Un día pasó por allí un zoólogo y le dijo: “La boa te está midiendo. Cuando sea más grande que tú te comerá”.

¿Nos hemos vuelto en este país como esa boa, aguardando el momento preciso para autodevorarnos? ¿Así de calculadores y descarados? ¿Así de canallas? (O)