A menudo converso con jóvenes que buscan empleo. Algunos de ellos con títulos universitarios, otros con estudios abandonados. Me sorprende ver la cantidad de casos donde llevan dos o tres años desempleados, resignados a lo que el mercado laboral puede ofrecerles, sin acumular nada a su hoja de vida más que su continua búsqueda. Es demasiado tiempo desperdiciado, que no solo afectan sus finanzas, sino también su autoestima. Es un proceso que crea jóvenes cabizbajos, que están inseguros de sus capacidades, y que solo esperan un milagro. Muchos de ellos mencionan casi de memoria que buscan un trabajo que les asegure un fijo mensual y la afiliación al seguro social. Durante la conversación, les hago preguntas para conocerlos un poco más, y me doy cuenta que sus palabras están usualmente influenciadas por lo que sus padres les dicen que deben conseguir. Como padres siempre queremos estabilidad para nuestros hijos, que les paguen lo que creemos se merecen, y que nadie abuse de ellos. Muchas veces ese pensamiento se traduce a un sueldo fijo y enrolamiento a la nómina de un empleador. Tenemos que evolucionar como padres.

Tenemos que lograr que los sueños de nuestros hijos estén siempre activos, y no congelados en el pensamiento que el empleo es la única opción de trabajo que existe. Estamos en un mundo cambiante y emocionante, donde el conocimiento está a un clic de distancia, como nunca antes en la historia de la humanidad. Hoy volverse experto en cualquier tema, es solo cuestión de decidirlo.

Es momento de hablarles a nuestros hijos de emprendimiento e innovación. Estados Unidos es el país que es, en gran medida por la buena costumbre de soñar en grande que tienen muchos de sus jóvenes. Emprender puede ser una palabra conocida, pero quienes la fusionan de forma innegociable con la palabra innovación les llevan mucha ventaja al resto. Una de las características de los americanos es que rara vez emprenden solos. Buscan socios para complementarse entre sí. A la hora de escoger un socio, la afinidad de talentos es mucho más relevante que la sanguínea. Incentivemos a nuestros hijos a identificar a sus socios idóneos, y dejar todo formalizado desde un inicio. Emprender de forma organizada marca toda la diferencia.

Motivemos a nuestros hijos a sentarse a pensar en sus propios proyectos de empresa; a estudiar modelos de negocios exitosos en otras ciudades y en internet. Que recorran su barrio, que conversen con sus vecinos sobre servicios y productos con lo que quisieran contar. Que no importe si la idea en mente tiene o no que ver con lo que hayan estudiado. Eso es lo de menos, los estudios deben ser siempre una herramienta más, nunca una condena. Que se sienten entre socios a diseñar la misión, la cultura, y los ingredientes de innovación de su empresa. Este proceso puede tomar meses, pero es infinitamente mejor que sentarse a esperar a un empleador. Un proyecto formal bien estructurado siempre consigue dinero para arrancar, ya sea en forma de préstamo, o de participación societaria. Quizá haya poco empleo en la calle, pero trabajo hay mucho. (O)