La noticia de que Leonardo Padura acaba de ganar el premio Pepe Carvalho en la BCNegra de Barcelona, en su 18.ª edición, me hace volver sobre este tema, con gusto. Soy lectora frecuente de este tipo de novelas, en ese ejercicio mental de investigar y descubrir a un(os) culpables junto a un hábil narrador que dosifica sus materiales. Es innegable que la fidelidad del público por estos productos se mantiene y ya sea por el deseo de ser leídos o por el tufillo económico que desprenden, hay abundante novela policiaca.

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Yo me aplico estos días sobre las 572 páginas de Esperando el diluvio, de la escritora vasca Dolores Redondo. Jamás me ha arredrado la extensión de un libro, pero sí me lleva a exigirle una justificación sobre el número de páginas. Creo que a la obra literaria de calidad no puede faltarle ni sobrarle nada. La sensación de completud es una de las satisfacciones del buen leer. Se trata de una escritora dedicada a la novela negra, que se hizo famosa con la Trilogía del Baztán (tres novelas publicadas en dos años) y con la consecución del Premio Planeta en 2016. Su éxito de ventas es impresionante y está traducida a veinte idiomas. La ligazón de sus ficciones con los paisajes y clima de su región es tal, que ella se identifica como “una escritora de tormentas”.

Soy lectora frecuente de este tipo de novelas, en ese ejercicio mental de investigar y descubrir...

A estas alturas del desarrollo del género, bien cabe preguntarse “¿con qué va a sorprenderme este autor?”: la familiaridad nos hace exigentes. Me alegro de que la respuesta sea positiva, que la búsqueda de un criminal en serie de muchachas la realice un policía que está viviendo sus últimos meses, con un dictamen de gravedad total y que lo convierte en casi un minusválido (ya hubo investigadores que no salían de sus domicilios o sentados en sillas de ruedas). De tal manera que la historia avanza simultáneamente (afán de la novela contemporánea dentro de la temporalidad de la narración que no puede competir con el arte espacial) a lo largo de varias líneas: la infancia del asesino y la gestación de su trauma destructor, el cometimiento de sus crímenes y el seguimiento investigador de un policía que se obsesiona con el estilo del depredador.

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Es interesante la duplicación de los escenarios en dos ciudades-puerto que son cercanas y hasta parecidas en las oportunidades que brindan para seguir, matar y esconder a jovencitas: Glasgow y Bilbao, ambas lluviosas y proclives a la irrupción de las aguas en ríos que se desbordan y en aguaceros torrenciales. Parecería que va de por medio una mirada moralizante que castiga a las mujeres –¡cuántos crímenes son resultado del derecho castigador que se atribuyen los hombres!–.

Así como hay novela negra de lo intelectual (Agatha Cristhie creó a protagonistas que resolvían delitos simplemente conversando con los sospechosos) y de lo sensible (aquellas de puñetazos, disparos y peligros), vale reconocer en esta pieza de Dolores Redondo de 2022, una combinación de ambas posibilidades, porque el talento observador del héroe es enorme, así como es sujeto de firmes corazonadas que lo conducen a caer en esfuerzos físicos supremos que lo llevan al límite de la muerte.

¿Se justifica la extensión? Redondo es una narradora enfática, de las que encadena razones, hechos y aseveraciones para narrar una escena o un rapto reflexivo. Yo respeto sus decisiones, nada más. (O)