Escribo esta columna con la firme convicción de que vendrán días mejores para el Ecuador.

Lo digo, porque este primer año no ha sido, ni de cerca, lo que esperábamos millones de ecuatorianos que llevamos a Guillermo Lasso al poder. Es más, me atrevo a afirmar que para el mismo presidente, tampoco ha sido el año que esperaba.

Que venga el indispensable recambio del equipo de Gobierno, sobre todo en aquellas áreas en las que no han dado pie con bola.

Sabíamos que sería un inicio complicado, sobre todo, porque cualquier información sobre las cifras oficiales de la economía, que son fundamentales para el resto de la gestión, solo sería confirmada una vez en el poder. No antes. Y como era de esperarse, la realidad fue mucho más traumática de lo esperado.

También sabíamos que desmantelar una estructura burocrática consuetudinaria y sobredimensionada en tiempos del correísmo sería muy complejo y con un gran costo social, sobre todo en la capital.

Además, se llegaba al poder de un país desesperado por un plan de vacunación que permita, además de salvar vidas, reactivar la economía congelada por la pandemia. En este punto, todos los aplausos para el plan de vacunación que realmente desbordó las expectativas a tal punto de convertirse en la carta de presentación de este primer año.

Lo que no esperábamos es que, producto de una estrategia muy personalista que no termino de entender, lo ha llevado a enfrentarse cara a cara con tirios y troyanos y a prácticamente cerrar todas las puertas posibles de negociación política en la Asamblea, así como con gremios y otros actores políticos, y que sin duda ha desgastado innecesariamente su imagen, los niveles de aceptación y credibilidad del presidente se hayan desplomado de forma estrepitosa en tan solo un año de gobierno, empujados sin duda por una socialmente importuna reforma tributaria y de inéditos y agónicos niveles de inseguridad ciudadana en el país.

No cabe duda de que el sólido respaldo de nuestro gobierno por parte de EE. UU. y la comunidad internacional, más la indiscutible mejora de imagen para la inversión extranjera (lamentablemente opacada por los escándalos de violencia que sacuden al país) y, sobre todo, por la certeza del mismo presidente de que queda mucho por hacer, augura que vendrán tiempos mejores. Que luego de “poner la casa en orden” como lo han repetido insistentemente el presidente y equipo, vendrá la tan anhelada obra social que los más pobres del país necesitan, y con ella, una urgente recuperación en las encuestas. Porque de lo contrario, en un país como el nuestro, con tan débiles instituciones, la estabilidad del Gobierno estará fuertemente en riesgo.

Que venga el indispensable recambio del equipo de Gobierno, sobre todo en aquellas áreas en las que no han dado pie con bola.

Que se reinvente la estrategia de comunicación. Que deje de ser mera publicidad oficial y se convierta en una verdadera herramienta de conexión entre el Gobierno y sus mandantes, que le permita al primero tener la percepción popular de primera mano, y a los segundos, conocer el alcance y motivación de la gestión oficial.

Desde esta columna hacemos votos porque soplen buenos vientos para el Gobierno y con ello, para el Ecuador entero. (O)