El domingo 21 de noviembre hubo elecciones presidenciales en Chile. El resultado fue bastante parejo entre las dos fuerzas que van a la segunda vuelta el 19 de diciembre: el candidato de la derecha se llevó –redondeando– el 28 % y el de la izquierda el 26 % de los votos. Ya sé que derecha e izquierda no son categorías de nuestro tiempo, pero en Chile el tiempo debe pasar más despacio porque se enfrentaba una derecha más o menos pinochetista contra una izquierda aliada a los comunistas. La otra novedad digna de mención es que después de muchos años de elecciones en las que se disputaba el poder entre la centroizquierda y la centroderecha, la mayoría de los votos han dejado la moderación y se han pasado sin complejos a partidos de derecha y de izquierda.

Solo para compararlas, le recuerdo la elección presidencial del 11 de abril en el Perú. Ese día el candidato de la izquierda, Pedro Castillo, obtuvo el 18,92 % y la de la derecha, Keiko Fujimori, el 13,41 %, y como es lógico con estos números, los demás candidatos estaban muy cerca. En la segunda vuelta –el 6 de junio– ganó Castillo con 50,13 % sobre Keiko con 49,87 % (apenas un cuarto de punto porcentual, formado por tan solo 44.263 votos). Como suele ocurrir con estas diferencias, estuvieron contando y recontando votos hasta pocos días antes de la fecha fijada para la jura del nuevo presidente. Una vez proclamado vencedor, Pedro Castillo asumió el 28 de julio, pero acto seguido hizo lo contrario de lo que indicaría la prudencia política: armó su gobierno con personajes extremos y no hizo ninguna concesión a la oposición, que, como es evidente, representa la mitad de la población del Perú.

Es una picardía del sistema de doble vuelta electoral, pensado para dar poder al vencedor y no para emparejarlo con su oponente; pero la paridad era una posibilidad, y en ese caso lo que indicaría la prudencia política es conseguir el poder en el consenso, armando un gobierno de coalición con políticas acordadas entre las dos posiciones tan opuestas. Castillo no parece amigo de la prudencia y quizá por eso no apostó al consenso sino al disenso. Como consecuencia, en pocos meses de gobierno va sumando crisis bastante serias y su gestión se está volviendo cuesta arriba. Por más imprudente que parezca, está en pleno derecho de intentarlo porque así funciona el sistema presidencial.

Ahora pareciera que en Chile se va a repetir la paridad del Perú en la segunda vuelta de diciembre. Ante la necesidad de ganar los votos moderados, ambos candidatos están volviéndose más parecidos a los votantes tradicionales que llevaron al poder dos veces a Piñera y otras dos a Bachelet.

Es imposible gobernar solo la mitad de un país; por eso es necesario acordar; ceder de los dos lados, que es la única forma de ponerse de acuerdo en todo. La lección del Perú debería servir a los chilenos para que el gobierno –sea de quien sea– no se vuelva un infierno. Y también es una lección para todos los que no podemos escapar de las posturas que buscan el poder en la división, cuando es más que evidente que hay que encontrarlo en la unión. (O)