Hoy voy a escribir desde la frustración, tal vez hasta desde la resignación. Este país no necesita un presidente, necesita un mago, y esos magos de verdad no existen. Uno de los mayores enemigos silenciosos de este país ha sido el voto en contra. Desde hace muchos años escucho en cada elección que hay que votar por X para que no salga Z. Decisión a corto plazo que se consume el día de la proclamación de resultados. ¿Y luego qué?

Como no se votó por un proyecto, no hay compromiso. No hay, necesariamente, un propósito compartido más allá de la sensación de evitar un mal mayor. Entonces, no existe tampoco la predisposición a colaborar para lograr un objetivo común que se proyecte en el tiempo. Pareciera que somos un país de sobrevivencia. Un país que avanza un día a la vez. Más vale pájaro en mano que ciento volando. Agarra lo que puedas. Un país que no se compromete con un proyecto político, que espera un mesías milagroso que en cien días le resuelva todos sus problemas.

Este es el país campeón para exigir derechos, pero pocos están dispuestos a asumir deberes. Entendiendo que eso implica ceder, conciliar y negociar en función de un bien mayor a largo plazo. Si en una empresa la cultura se define por el tipo y calidad de conversaciones que tiene, en este país, ¿cuáles son las conversaciones?, ¿de qué hablamos?

Un vistazo rápido por las redes sociales y medios de comunicación deja entrever un país con oportunistas y gallitos bravos, que pulsean cada cierto tiempo para demostrar quién tiene más fuerza. ¿Quieres probar mi poder?

Un país con opinólogos dueños de la verdad, con sujetos que sueltan amenazas y hacen apología de la violencia como capital político.

Es el país del perro del hortelano, que no come ni deja comer.

Es inconcebible que para poder montar un proyecto que dure más de cuatro años haya que tener una suerte de dictadura.

Somos un país presa de la desconfianza, de la sospecha permanente, y sin la confianza no se puede colaborar. ¿Cómo termina la historia? Si seguimos así, dudo que haya un final diferente al de seguir caminando a tropiezos, empantanados, atrapados en el círculo vicioso del oportunismo.

Sin embargo, creo que hoy hay dos cosas que se pueden probar para evitar ese destino, la primera es confiar, darle la oportunidad, las herramientas y el espacio a Guillermo Lasso para que implemente su plan, llegó al poder con un grupo de profesionales que no necesariamente vienen de la política, es una opción diferente. Ya probamos todas las que no funcionan. Hay que dejarlo trabajar encontrando espacios de encuentro y diálogo para colaborar y no solo para exigir y demandar. La otra cosa es cambiar las conversaciones, eso se hace a través de la educación, una educación que no es únicamente técnica o profesionalizante, una formación para la convivencia y el respeto.

“Llegar al siguiente nivel de grandeza depende de la calidad de la cultura, que depende de la calidad de las relaciones, que depende de la calidad de las conversaciones. ¡Todo sucede a través de conversaciones!”, escribió Judith E. Glaser, antropóloga organizacional. (O)