Ni bien el país había dejado atrás el intento de un golpe de Estado con el pretexto de los Pandora Papers y la dizque “conmoción social” que ellos habrían provocado, un nuevo brote de violencia explota en uno de los centros penitenciarios del país, dejando decenas de víctimas inocentes, enlutando familias y provocando terror en la ciudadanía. Este nuevo episodio de un complejo fenómeno que viene creciendo durante los últimos años nos pone como país en el abismo de transitar por los mismos senderos de Colombia y México; a menos que adoptemos oportunamente como sociedad posiciones y decisiones hasta cierto punto radicales y de largo aliento. Para comenzar, los responsables de estos crímenes no son víctimas de la sociedad, de la injusticia económica, de los oprobios del capitalismo ni cosa parecida. Los responsables forman parte de organizaciones criminales que mueven miles de millones de dólares. Se trata de gente con enormes recursos económicos, infraestructura, armamento sofisticado, tecnología avanzada, soporte internacional y protección. Sus cabezas no son pobres desamparados que no tuvieron otra alternativa que el crimen. Esa narrativa criminológica no va. Esta gente tiene ingresos que triplican aquellos de las clases acomodadas con la ventaja de que están fuera del radar de la formalidad y protegidos por abogados bien preparados, cínicos y sin escrúpulos. Los fusiles que infiltraron en la Penitenciaría cuestan una fortuna. Nos enfrentamos como nación a un monstruo de cuya dimensiones no tenemos una cabal idea todavía. Otros países, como los antes mencionados, llevan años tratando de derrotarlo. (Acá hay quienes exigen que Lasso lo arregle en seis meses). En algunos casos estas sociedades simplemente sucumbieron y terminaron transigiendo. En otras, el resultado de esta lucha es todavía incierto.

El Ecuador es ahora la nueva América del narcotráfico regional. Dejamos de ser un país de simple tránsito de drogas a uno con un mercado de una creciente demanda de estupefacientes y por ello no solo que producimos cada vez más, sino que importamos en grandes cantidades. Este proceso lleva generalmente a una descomposición de las instituciones políticas y jurídicas. Los partidos, la fuerza pública, pero sobre todo la justicia, han sido generalmente las primeras instituciones en ser perforadas por estas mafias. Sabemos que buena parte de esta situación se la debe el país a la dictadura correísta. Esta gente normalizó como nunca el enriquecimiento injustificado, la vulgaridad, el robo de los fondos públicos y la degradación en el manejo de la cosa pública. Pero por grande que sea este monstruo, por poderosos que sean sus aliados políticos y por peligrosas que sean sus tácticas, los ecuatorianos no podemos resignarnos a entregarles el Estado e hipotecar nuestro futuro así nomás.

Urgen una serie de medidas legales, burocráticas y de otro género, ciertamente. Pero todas, todas deben partir de la premisa de que el Ecuador se enfrenta como nunca en su historia a mafias transnacionales con un poder económico gigantesco y que cuentan con poderosas conexiones. Y que, por encima de todo, se trata de gente que carece de humanidad. Asesinar para ellos es un acto inmensamente trivial. Ese es nuestro nuevo país. Una cara oculta que no podemos ignorar. (O)