La labor del columnista es la de analizar los hechos más trascendentales que ocurren en el país, a nivel técnico, social, político y económico. Lo más importante de cualquier análisis es la conclusión o mensaje con el que se desea llegar a cierto grupo de la población, que para el caso serían aquellos que mediante redes sociales, internet o de manera física leen este importante medio de comunicación. Es por ello que en esta ocasión, en vez de un análisis riguroso de alguna cifra, narraré una anécdota particular para buscar crear conciencia del peligro que aún representa el coronavirus en el país, y luego trataré de dar una idea útil aplicada en el primer mundo, para ver si alguna autoridad, como un asambleísta, ministro, vicepresidente o el mismo presidente, es capaz de conmoverse del dolor del pueblo y aplicarla para evitar más muertes en el país.

Hace un par de días y debido a unos pendientes de la oficina, tuve que almorzar en un restaurante ubicado cerca de mi lugar de trabajo. Al ingresar había un letrero que sugería que el aforo máximo era del 50 %, no obstante, no había dónde poner un pie. Muy seguramente había más del

100 % de aforo. El restaurante tenía gel en la entrada, el cual nadie usaba. También había una alfombra seca en donde la gente se limpiaba los pies. ¿Dicho local cumplía las normas de bioseguridad? Tenía la alfombra, el gel, un termómetro y más de 40 letreros recomendando el uso de mascarillas y el distanciamiento, pero nada de esto se cumplía.

Las personas también eran culpables, pues no llevaban mascarillas, se saludaban de mesa en mesa y poco les importaba el lavado de manos y demás. Pero lo impactante no fue eso, sino parte de la conversación que escuché de uno de los comensales. El que manifestó que un familiar cercano estaba ingresado en una UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) del hospital público y que debía comprar una vía venosa central, antibióticos y medicina para ser intubado, como midazolam y fentanyl. Manifestaba también que la primera se la vendía sin factura en 28 dólares y la segunda, de la misma manera, en 10 dólares. ¿Saben cuál era el sobreprecio de la medicina? Sobre el 50 %. Este sobreprecio no lo ponía un político, lo ponía un ecuatoriano que hace negocio de la vida de las personas.

¿Pero dónde están las autoridades? ¿Alguien sabe por qué si pagamos impuestos en todas las ciudades del país, en la ciudad del comensal no había estos implementos en el hospital? ¿Acaso es más importante contar votos varias veces por la falta de honestidad en el primer conteo que salvar la vida de esta persona? Recetas de casi 400 dólares al día cuestan la vida de miles de ecuatorianos. ¿Qué candidato hará algo ante esto? ¿Será alguno de los tres finalistas o será este mismo gobierno que se apiade del país y no deje morir a su pueblo?

Les doy una idea que se aplica en Europa. Coloquen medidores de calidad de aire en las aulas de clases para el regreso de los niños, en los restaurantes y cuando los medidores, por ejemplo, muestren más de 700 ppm (CO2), hagan que suene una alarma para no permitir ingresar a más gente o para que salgan. Así disminuirán el contagio y harán que las medidas no sean solo letreros. (O)