Cuando Roma había vencido a Judea, uno de sus líderes militares que luego se convirtió en emperador, un tal Tito Vespasiano (si mis pocas clases de historia romana no me juegan una mala pasada) decidió dejar un muro, luego de destruir el Templo del Rey Salomón, como un recuerdo de que habían sido vencidos, por eso pasó a conocerse como el muro de los lamentos o las lamentaciones.

Y en estos días, el Ecuador ha presentado sus respetos a este histórico y “sagrado” lugar, mediante la presencia de nuestra máxima autoridad, a quien lo inviste su poder en la Constitución, a quien desde casi un año ya forma parte del gran Salón Amarillo, heredando el puesto de Alfaro, Arosemenas, Velasco, Roldós..., Bucaram, Mahuad, Gutiérrez, Correa, Moreno…

Pareciera que desde el 96 para acá se ha instalado nuestro propio muro de los lamentos en Carondelet.

Pareciera que desde el 96 para acá se ha instalado nuestro propio muro de los lamentos en Carondelet.

Pero, señor presidente constitucional, ¿sabe usted cuáles son nuestros lamentos?

Son las lamentaciones de una madre, esposa e hijo, de aquel al que brutalmente lo masacraron en la ‘Peni’, en Latacunga, en el Turi, y en Santo Domingo...

Y los lamentos de las personas de bien, víctimas de los que protagonizan una guerra por el poder delincuencial, que gobiernan desde las sombras en un Estado paralelo...

Son los lamentos de los que aportamos mensual y puntualmente al IESS, para que no haya ni medicinas, ni sistema, ni médicos contentos y estables laboralmente, pese a su esfuerzo durante la pandemia, y que su segundo al mando, con bombos y platillos anunciaba que visitaría los hospitales para cerciorarse.

Son los lamentos de los emprendedores que vivimos con la zozobra de quebrar en un país lleno de competencia desleal, o porque nuestros clientes prefieren no salir por temor a ser asaltado, mientras usted desafía burdamente a las autoridades a las que no les recae esa competencia, y que sin ser la responsable jurídicamente hablando, le dan haciendo su trabajo en materia de seguridad, educación, salud, etc.

Es también mi lamento, de haberme puesto unos zapatos rojos para ir a las urnas confiado en que la corrupción, los pactos políticos de dudosa calidad moral y legal, la inseguridad jurídica, y la perpetua violación a la ley sería ya por fin pasado, sin saber que esos zapatos rojos terminarían siendo la sangre de los masacrados, de las menores obligadas a ser madre, de los niños acribillados en las calles, de los que mueren por falta de medicina.

Los judíos vieron, sin embargo, en el muro de los lamentos la esperanza de una alianza eterna con Dios, y convirtieron la tortura en alegría de un nuevo futuro, y en el mismo lugar donde fervientemente espero haya usted rezado, tengo la esperanza casi romántica que haya encontrado lo que un viejo político le dijo que le faltaba, y la iluminación para administrarlos, por el bien de un país que se llenó de lamentos. (O)