Corría el mes de junio de 1986. El clima de Guayaquil era ya frío. Bueno, frío para nosotros, los monos. Para el común de los mortales, 22 grados en las madrugadas y medianoche; y a partir del mediodía hasta la media tarde, calor y humedad.

El Mundial de México 86 estaba por comenzar, luego de que Colombia había declinado organizarlo por problemas de seguridad interna, y el álbum del Mundial acaparaba toda nuestra atención. Era todo un desafío “sellar” el álbum lleno, mas que por participar en el tradicional sorteo, por el orgullo de llenarlo, de tener todas las figuritas; por el placer de ver todas las selecciones completas, todos los jugadores, la foto de cada selección completa.

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En esos tiempos era imposible ver por las calles una camiseta original de una selección del Mundial. En los torneos internos del colegio, cuando los equipos usábamos los colores de selecciones, lo que usualmente ocurría en el año del Mundial, como la confección era local, los costureros hacían su mejor esfuerzo para que la imaginación alzara vuelo. Los escudos generalmente no duraban el torneo completo, ni los tonos de los colores necesariamente coincidían con los reales. Pero nada de eso era importante. Eran tiempos en los que lo importante era realmente lo importante.

Pique, un jalapeño bigotón con un sombrero tradicional mexicano, era la mascota oficial del Mundial, y el coro de la canción oficial del Mundial decía en su parte final: “... México 86, el mundo unido por un balón...”.

Traigo a colación este fragmento de la canción, que, de paso, he tomado prestado para titular la presente columna, para compartir con usted, amigo lector, lo que significa el Mundial de Fútbol para el mundo.

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Porque, en este mes, el torneo está por comenzar. El próximo domingo, 20 de noviembre, el mundo entero se va a paralizar. Gústele o no, va a ocurrir. No importa si usted ha jugado fútbol; si usted ha sido bueno o malo; si su selección ha clasificado o no; si tiene buenos o malos recuerdos del fútbol; si usted trabaja normalmente o no...

Aunque usted sea una suerte de Ebenezer Scrooge antifútbol, el mundo caminará más lento este mes; y, aunque usted no quiera, la atención del mundo estará en Qatar, en lo que hacen o dejan de hacer 22 jugadores detrás de un balón.

Porque el fútbol es mucho más que un deporte o una afición. Es un fenómeno social que integra familias, religiones, culturas, nacionalidades e idiomas. Todo.

Y el Mundial no solo es fútbol, los partidos, los goles; de ninguna manera. Es la gente del mundo viviendo su pasión según su cultura, su creencia y sus tradiciones. Sus banderas, sus himnos, el colorido de sus atuendos en los estadios y fuera de ellos, las alegrías de los triunfos y la agonía de las derrotas.

Así que, sea o no fanático del fútbol, disfrute esta fiesta de la humanidad tan convulsionada, a la que tanta falta le hace un poco de alegría y distensión.

¡Que viva el Mundial! (O)