Los escritores, investigadores, historiadores y bibliófilos saben que la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit es el mayor centro de documentación cultural e histórica de Ecuador. Ubicado en Cotocollao, al norte de Quito, inició sus actividades en 1929, fundada por el crítico y escritor que le da ahora su nombre, y que ha reunido a la fecha más de 500.000 libros y otros miles de documentos de valor para la historia del Ecuador, entre los que se encuentran manuscritos emblemáticos como el himno nacional de puño y letra de Juan León Mera, los tratados manuscritos en latín de las lecciones de filosofía de Juan Bautista Aguirre, la Historia del Reino de Quito, de Juan de Velasco, primeras ediciones invalorables como la colección personal de libros de Virgilio de Espinosa Pólit, y cientos de miles de folletos con conferencias y textos de la cultura ecuatoriana, por no hablar de los archivos de diarios nacionales. Todo este material empezó a digitalizarse hace diez años, una labor silenciosa que ha permitido que hoy se puedan consultar muchos de estos documentos, aunque por el momento solamente abarca una cuarta parte del fondo bibliográfico. Por si esto fuera poco la Biblioteca integra un Centro Cultural que incluye un museo de arte religioso y de otras obras, como una colección de cuadros de Mideros que por si sola justifica una visita, además de piezas históricas de Gabriel García Moreno, a lo que se suma una de las mayores colecciones de mariposas de Sudamérica, con más de 200.000 ejemplares recolectados durante años por el lepidopterólogo Francisco Piñas, y herbolarios inigualables, entre nuevas áreas museísticas del centro cultural.

Todo esto se sabe. Pero lo que también debería saberse es que el Ministerio de Cultura, con una absoluta falta de criterio frente a la relevancia de esta biblioteca, ha decidido reducir su presupuesto a menos del 40%. ¿Qué significa esto? Significa otro paso en la irresponsabilidad de la política estatal ecuatoriana en la gestión bibliográfica del país, cuyas bibliotecas se encuentran en una situación lamentable de gestión y abandono que constituyen un verdadero escándalo respecto a su memoria histórica. Esta reducción ni siquiera cubre los salarios de los empleados, no se diga los costos de digitalización de libros y documentos, catalogación, restauración y mantenimiento de los fondos bibliográficos y artísticos, sin contar las adquisiciones de fondos nuevos y el cuidado al recibir donaciones de fondos de bibliotecas particulares que han aumentado todavía más la relevancia de su trabajo, como las fundacionales que entregaron Remigio Crespo Toral y Víctor Manuel Rendón, o los más recientes de Isabel Robalino, Justino Cornejo y otros destacados bibliófilos nacionales, libros que de no ser acogidos aquí terminarían en dramáticas desapariciones. Luego de 66 años de trabajo ejemplar de la biblioteca, fue en 1995 cuando el Congreso Nacional la reconoció como obra de interés nacional. Pero se tuvo que esperar a 2007 para que se establezca la obligación por parte del Estado de asignar un presupuesto para su funcionamiento. Demostrado el esmero con el que la biblioteca ha sido gestionada, es realmente indignante la falta de criterio del Ministerio de Cultura actual respecto a este fondo. ¿O es que acaso se va a ampliar el desastre en la gestión de bibliotecas ecuatorianas como la que ha ocurrido con la Biblioteca Nacional y el fondo embodegado del edificio Aranjuez?

Hace algún tiempo señalé que si se abrieran las oscuras bodegas de libros de Quito, Guayaquil y otras ciudades, sería un escándalo reconocer el descuido y la pésima gestión para custodiar el patrimonio bibliográfico de este país por parte de un Estado que nunca ha tenido una política relevante respecto al libro. Y que más bien, en un desequilibrio evidente, puede terminar financiando murales o campañas de pintura de la vía pública, con presupuestos que equivalen a todo un año de gestión de esta biblioteca que guarda el patrimonio de varios siglos de la cultura ecuatoriana. La decisión tomada por el Ministerio de Cultura aboca al deterioro y destrucción de este fondo bibliográfico único para el país. Personalmente lamento que el gobierno de Guillermo Lasso haya incurrido en este descuido imperdonable que queda registrado como una muestra de su política real ­–quisiera pensar en negligencia, inoperancia o ceguera de ciertos funcionarios– respecto a la cultura del libro. Los intelectuales de izquierda en el Ecuador quisieron “ningunear” el peso específico que significó la labor literaria y filológica de Aurelio Espinosa Pólit por tratarse de un jesuita que admiraba a Virgilio y a otros autores clásicos, y que provenía de una formación humanista del más alto nivel que recibió en varias ciudades europeas y que culminó en la universidad de Cambridge. Resulta irónico que un gobierno de tendencia liberal sea el causante de este despropósito hacia el legado que fundó Espinosa Pólit. La inteligencia del signo e ideología que sea, sabe del valor de los libros aunque estos defiendan ideas contrarias, precisamente porque entiende que en la búsqueda de la verdad no se puede partir de verdades absolutas de antemano. El camino de los libros es el diálogo, la suma de puntos de vista, el respeto por los trayectos realizados. Esta biblioteca ha dado espacio en sus fondos a todos los intelectuales ecuatorianos, incluso aquellos que no quisieron dar relevancia y reconocimiento a su fundador.

Solo cabe esperar que frente a los habituales entrampamientos de la burocracia cultural, prime lo que manda el artículo 83 de la Carta Magna: “Conservar el patrimonio cultural del país”. Y ceñirse también al acuerdo ministerial de octubre del 2021 que indicaba, en su artículo 4, que la partida presupuestaria “no podrá ser inferior a los 1500 salarios mínimos vitales y deberá ser suficiente para garantizar el trabajo”. Pero la realidad es que han recibido menos del 40 %, y para colmo tarde, en diciembre, lo que apenas les daba tiempo para ejecutar el presupuesto. Esto es lo que ocurre con la biblioteca más importante de Ecuador. Veremos poco a poco en las demás. (O)