En una reunión formal institucional participan varios hombres; sin embargo, uno de ellos, cuando menciona al colectivo como tal, dice “nosotros”, hace una pequeñísima pausa, y añade “nosotras”; es decir, “nosotros/nosotras”, un doblete que llama la atención especialmente porque en ese grupo no hay ni una mujer. Al averiguar el porqué de ese doblete se me dijo que, ya que se afirma que ‘nosotros’ como genérico puede abarcar a hombres y mujeres, por qué no –con el propósito de visibilizar a la mujer e ir desmontando la cultura y la hegemonía machistas– usar ‘nosotras’ incluso si no hay ninguna mujer a la vista.

Las reivindicaciones feministas deben ser asumidas por hombres y mujeres, pues aquellas posibilitarían una relación más equilibrada y justa entre los dos sexos. Tampoco se debe tolerar el machismo de los comportamientos sociales, y hombres y mujeres debemos esforzarnos para conseguir una comunidad de igualdad de oportunidades. Lo que no es nada claro es que el lenguaje sea el responsable de eso que se denomina la dominación patriarcal. En esa visión, el genérico masculino es culpable de las exclusiones, pues un día, supuestamente, los hombres, en ausencia de las mujeres, decidieron usar el masculino para dominar.

Esta historia es completamente falsa. Varios estudiosos de la historia y del desarrollo de la lengua –Francisco Rodríguez Adrados, Ignacio Bosque, María Márquez Guerrero, Álex Grijelmo– explican que en la lengua indoeuropea –de la que proviene el español– inicialmente no existían los géneros gramaticales, es decir, no había distinción lingüística de lo masculino y lo femenino. Alrededor del tercer milenio antes de Cristo, debido a la creciente importancia de la mujer y de la hembra en las sociedades agrícolas, se inventó el género femenino: palabras que exclusivamente nombraban lo femenino. ¿Y qué pasó con los palabras que no tenían género?

Esos vocablos pasaron a significar el género masculino sexuado y, como su uso y su sentido anterior ya estaban instalados, también continuaron significando un masculino general, lo que llamamos ahora el masculino genérico, que incluye a hombres y mujeres en la generalidad. De modo que el masculino genérico no es consecuencia de la dominación machista, sino todo lo contrario: aquel se consolidó debido a la relevancia de la mujer y lo femenino que necesitaban, para ser nombradas, palabras con un género propio. Pero ¿el uso del masculino general marca automáticamente a una sociedad como machista y patriarcal?

La lengua magiar no tiene género: ¿es la sociedad húngara igualitaria? En la lengua turca casi no hay palabras que marcan el género: ¿es la sociedad turca mejor para las mujeres? Y así mismo sucede con el persa y el finés: ¿por eso en las sociedades iraní y finlandesa mandan las mujeres? En el quichua no existe el género morfológico: ¿era esa sociedad menos patriarcal que la española? También hay idiomas –el koyra en Mali, el afaro en Etiopía– en los que el femenino es el genérico, como en el goajiro, lengua de Venezuela: ¿no es la sociedad guajira claramente patriarcal? Las prácticas machistas no son causadas por usar el masculino genérico. (O)