Es el que debe preocupar a los gobernantes. A esa sentencia contribuirán los escritores, los analistas, más leídos de una época. Las pequeñas historias de componendas, de pactos, serán despreciados por la posteridad. El sólo sobrevivir en el poder no lleva a la inmortalidad, ni mucho menos; el estadista, para ser considerado como tal, deberá perseguir los altos ideales que Ihering llamó los de las políticas del porvenir y del fin. Estos sucios asuntos de la liberación de presos condenados por los Tribunales de Justicia, y particularmente de un exvicepresidente, muestran una degradación de la justicia, que debe ser corregida con mano de hierro. Para contar con jueces adictos, el entonces presidente Correa pidió al pueblo autorización para “meter mano en la justicia”, y no se ve, ahora, otro camino para deshacer esa barbaridad que corrompió al sistema judicial, que pedir autorización al pueblo, para reorganizar al antes dolosamente reorganizado poder judicial. Con el ejemplo de la liberación de Glas, otros llamados jueces concedieron inmediatamente protección a otros delincuentes más. La convocatoria del presidente de la República a los presidentes de la Corte Nacional y el Consejo de la Judicatura movió a estos funcionarios a dirigir a la Corte Constitucional una solicitud informal, inviable, ilegal, para que esclarezcan sus doctrinas de los recursos de protección, principalmente del habeas corpus. En respuesta, la Corte Constitucional rechaza su injerencia y los manda –como a escolares– a leer sus sentencias publicadas en el Registro Oficial. Separadamente, qué confianza se puede tener en el presidente de la Corte Nacional que se ha demorado más de un año en solicitar una extradición al Gobierno de Bélgica; lo hace cuando ya es extemporáneo, porque la declaratoria de refugiado ya había sido concedida por dicho gobierno; el propio señor Correa se ha burlado de esto. Recordemos que cuando el gobierno del Ecuador entregó a su asilado Julián Assange a las Cortes británicas, en la puerta, en minutos, estaban esperando funcionarios norteamericanos con la solicitud de extradición.

Todo lo actuado en la liberación de Glas es inconstitucional, ilegal; devolvería la confianza al pueblo que el presidente de la República así lo declarara, dispusiera que la fuerza pública lo reintegre a prisión y despidiera a los ministros y funcionarios que en Manglaralto consintieron el recurso de habeas corpus, aunque ahora hagan el simulacro de apelar. Sería terrible si Glas fugara. Si el ministerio de Gobierno cree que con la liberación de Glas aplacará a sus conmilitones, se equivoca, pues un tigre no se sacia jamás: ya demanda la creación de una comisión de la verdad para liberar a todos. Cada día pedirá un bocado más, hasta que el enfrentamiento se produzca. Dice Maquiavelo que las guerras no se evitan, sólo se postergan.

Macron, al ser reelecto presidente de Francia, acaba de dar una lección de realismo y de modestia al reconocer que la votación recibida no era de apoyo a sus ideas, sino de rechazo a la ultraderecha. En la segunda vuelta última en Ecuador, la votación mayoritaria fue de rechazo al correísmo. Ese es el capital político que el gobierno está desperdiciando. (O)