La invención de los libros en el mundo antiguo es, quizá, el suceso más descarnadamente humano de la historia. Por eso Irene Vallejo ha dedicado tanta tinta y tiempo a la edificación de un libro, El infinito en un junco, que es un homenaje a la lucha del ser humano por construir su destino de la mano de un objeto tan frágil como la misma existencia de cada persona. Objeto preciado por excelencia. Alejandro Magno, el conquistador que volvió al mundo helénico en una experiencia global, dormía con su ejemplar de la Ilíada bajo la almohada. De niño soñó con ser Aquiles. Aunque sus propias hazañas superaron con creces las del mítico héroe de vulnerable talón. ¿Quién no conserva un objeto preciado en el que, piensa, se cifra la memoria y el deseo de futuro? Sí, en muchos casos son libros, aquellos que nos leyeron en la infancia, los que son destello de un tiempo perdido, los que son brújula.

Es posible que Irene Vallejo haya explicado, con su libro, dos arquetipos que han estructurado la historia de Occidente, particularmente el devenir de la masculinidad. Homero, para los griegos, ha sido por miles de años el santo grial de su cultura, de su visión del cosmos. Y si el mundo helénico es una moneda, la Ilíada y la Odisea son sus dos caras. La Ilíada narra la historia de un héroe obsesionado con la fama y el honor, que renuncia a una vida larga y tranquila, pero sin brillo, por una muerte gloriosa, aunque las profecías le advierten que no regresará. Es un guerrero noble, tan noble que recibe al rey de Troya, tras asesinar a su hijo, y le entrega su cuerpo, porque respeta el sagrado derecho humano al duelo. Lloran juntos, absortos en una humanidad que los desborda. Aquiles, máquina de matar, se compadece ante la dignidad del anciano Príamo y recuerda a su padre, a quien ya no verá.

La Odisea es otra cosa. Irene Vallejo entiende a Ulises como una criatura moderna, un vagabundo que se lanza a la aventura, como diría Mario Santiago Papasquiaro, sin timón y en el delirio. Ama la vida y sus contrastes. Erótico y ridículo. Monarca y mochilero. La escritora y pensadora dice: “La Odisea es la primera representación literaria de la nostalgia, que convive, sin demasiados conflictos, con el espíritu de navegación y aventura”. A diferencia de Aquiles, Ulises no fantasea con un destino grandioso y único. Pudo haber sido un dios, pero prefiere volver a Ítaca. Vallejo piensa que es un ser luchador y zarandeado que escoge las tristezas auténticas en lugar de una felicidad artificial. Encarna una nueva sabiduría, alejada del estricto código de honor que movía a Aquiles. Era la certeza de que la humilde e imperfecta vida humana merece la pena. Y esa vida, como el papiro que viene del junco, es valiosa porque se deshace y se vuelve polvo. Es efímera, como una filosofía perdida o una historia que ya todos han olvidado. Al final, ni siquiera sobreviven las lenguas, que mueren como todo lo que alguna vez estuvo vivo. Solo sobreviven unos pocos libros, testigos del aprendizaje y el alivio. Del paso del ser humano sobre la tierra, el libro es el resplandor. (O)