El historiador mexicano Tomás Pérez Vejo ha venido desarrollando en sus trabajos la idea de que los Estados-nación son un fenómeno relativamente nuevo y que producto de esta creación humana, los individuos del siglo XX hasta los tiempos recientes hemos venido pensando dentro de ese marco mental —con sus inherentes limitaciones—. En su ensayo Elegía criolla, acerca de los Estados-nación latinoamericanos, sostiene: “Somos prisioneros de una historia hecha por y al servicio de los estados. Ha llegado el momento de su ‘desnacionalización’”.

Los Estados-nación contemporáneos necesitaron en su proceso de invención de una nación que les diera legitimidad, “construir una memoria nacional mitificada y homogénea”. Así resulta que la gran mayoría de los relatos históricos en Latinoamérica cuentan la historia desde una perspectiva nacional, como si, por ejemplo, lo que es hoy México hubiera existido antes de que Cortés conquistara Tenochtitlán en 1521.

Pérez Vejo considera que ya ha pasado suficiente tiempo para permitirnos una mirada que no esté marcada por las urgencias de la agenda política de hace 200 años, la cual ha condicionado no solo nuestra percepción de las guerras de independencia, sino también nuestra creencia en nuestra capacidad de lograr resoluciones pacíficas ante las disputas políticas.

... los órdenes descentralizados florecieron mientras que los centralizados fenecieron.

El influyente escritor Nassim Taleb publicó un ensayo en abril de este año afirmando que lo que veíamos en la guerra de Ucrania era básicamente el choque entre dos tipos de modelos imperiales: uno moderno, descentralizado y multicéfalo que sería Occidente, y otro arcaico, centralizado y autocéfalo que serían Estado-nación como Rusia o China. “Occidente desea ser como Suiza”, donde las decisiones se suelen tomar desde los niveles de gobierno más cercanos a los ciudadanos. Occidente “no tiene centros fijos de autoridad”, otra característica que los hace más “antifrágiles” dado que gozan de mecanismos de autocorrección y limitan los riesgos y daños a nivel local.

En su reciente discusión con el economista Russ Roberts, profundizó esta idea señalando que históricamente las ciudades-Estado florecieron mientras que las naciones-Estado resultaron ser frágiles. Como ejemplo histórico Taleb menciona a Venecia y como ejemplos actuales a Singapur e Israel. Adicionalmente, los sistemas descentralizados hacen que los agentes que toman las decisiones pongan “su piel en juego” dado que un burócrata en Bruselas no será culpado si no funciona un puente construido en tu ciudad, pero el alcalde local, particularmente si es elegido popularmente, sentiría vergüenza en su visita a un café los domingos si el proyecto bajo su responsabilidad no obtiene buenos resultados. “He allí una verdadera piel en juego, particularmente cuando eligen personas que están insertadas en la comunidad”. Finalmente, “distribuir el poder permite que las cosas funcionen mejor”.

Si el pasado nos enseña algo, es que los órdenes descentralizados florecieron mientras que los centralizados fenecieron. Si el presente de la sociedad ecuatoriana nos comunica algo, esto sería que no existen consensos nacionales acerca de los problemas más acuciantes. Por ende, si deseamos un futuro más próspero y pacífico de personas libres, urge que avancemos hacia una profunda descentralización. (O)