Cuando Rafael Correa llegó al poder en 2006, lo hizo, en buena medida, con el respaldo de los principales medios de comunicación del país, que vieron en él una luz de cambio, una opción política refrescante que podía enrumbar al país frente al desastre de la clase política que hacía y deshacía irresponsablemente con el destino de millones de ecuatorianos.

Lamentablemente, como suele suceder con los políticos en América Latina, en el camino, entre figuras oscuras de su entorno íntimo, ego, odios, vanidad y el virus del poder (alfombra roja/cortesanos de palacio/granaderos de Tarqui), su propuesta de campaña se diluyó y, con ella, la inmejorable oportunidad que tuvo de cambiar el destino del Ecuador.

Muy pronto, el mismo presidente recién en funciones se encargó de romper el encanto. Comenzaron los atropellos, el abuso del poder; y la prensa independiente, a hacer noticia de ello. Entonces, esta se volvió su adversaria, su enemiga del Gobierno, de la patria, de la democracia y, en consecuencia, objetivo principal de todos sus ataques. Y la otra prensa, alimentada por la multimillonaria pauta oficial, alineada al discurso de palacio, cruzando los dedos por que la revolución ciudadana durara 200 años, como su Constitución.

Lo cierto es que, llegado el momento, toda la prensa independiente estaba bajo fuego, bueno y malo. Malo, porque vivimos tiempos en los que la libertad de expresión estaba muy condicionada, y ejercer la actividad periodística era muy complicado y riesgoso. Bueno, porque ello generó un ambiente solidario y un frente férreo de defensa de la libertad de expresión entre los medios independientes, librepensadores, abogados y oenegés, de modo que, cuando un medio era agredido, el resto de medios y prensa en general salía en su defensa.

Traigo a colación este tema a propósito del caso divulgado en estos días por el medio digital La Posta sobre una presunta red de corrupción en las empresas públicas, porque vi en algunos medios del país la versión oficial antes que la del medio digital. Advertí que la noticia se volvió noticia cuando reaccionaron los políticos y el Gobierno, no cuando el medio digital reveló la investigación. He leído a respetables periodistas inicialmente más preocupados en cuestionar la rigurosidad periodística de La Posta que en la gravedad de su denuncia, más pendientes de quién estaría detrás de tal o cual investigación o de no ayudar al correísmo.

Con el paso de los días y el desarrollo de la investigación, poco a poco, los medios fueron saliendo del letargo y recordando su misión.

No es fácil, lo entiendo. Yo lo viví con ellos. Yo defendí profesionalmente a algunos. El temor al regreso del correísmo es muy fuerte. Sin embargo, considero que la mejor manera que tiene la prensa independiente de ayudar al éxito de este Gobierno es, precisamente, haciendo periodismo.

Ese es el dilema que vive hoy el periodismo independiente. Ojalá este caso marque un antes y un después.

Finalmente, aplaudimos la contundente reacción del presidente de la República en un tema tan sensible como el que motiva esta columna. (O)