Quien estas líneas escribe es, probablemente, quien más ha escrito y hablado criticando el asilo que le otorgó el Ecuador en su Embajada en Londres. Assange no buscó ese asilo, se lo fueron a ofrecer porque ya era célebre por las publicaciones de Wikileaks, en las que denunció lo que él consideró crímenes de guerra de los Estados Unidos de América. Los piadosos oferentes lo que querían es participar de la fama mundial de este personaje, crítico audaz y severo de la política de la gran potencia. Y en cierta manera lo consiguieron porque la fama puede ser buena o mala, pero el beneficiario del asilo se encuentra en tan calamitoso estado físico, y sobre todo mental, que ha movido a una caritativa jueza del Reino Unido a negar su extradición a los Estados Unidos por presentar inclinaciones suicidas. Este país ha apelado de la negativa ante la Corte Superior británica y hoy, Assange, se encuentra en un corredor, que no podemos llamarlo de la muerte, pero sí de extradición a un país que quiere tomarle cuentas de sus hechos, y obtener información de las fuentes que le proporcionaron datos, que son secretos de guerra. Suponemos quién fue; o, mejor, deducimos, porque quien otorgó el asilo trabajó posteriormente, cuando dejó su cargo, como agente de prensa de la otra superpotencia; también lo deducimos porque, en el gobierno continuista, la Canciller trató, en una frustrada e infantil maniobra, de llevarse a Assange, ya ciudadano ecuatoriano, como funcionario diplomático en Moscú.

Los ingenuos promotores de la maniobra creyeron que sorprenderían a una Cancillería con una tradición de siglos. Por supuesto que esta no consideró válido el asilo y mucho menos reconoció a Assange como diplomático ecuatoriano, para que en esa condición pudiera salir del Reino Unido, evadiendo la orden de prisión que existía y existe en su contra, y por la que actualmente está detenido, después de la grotesca escena de entrega de Assange a la policía londinense.

¿Qué pasará actualmente por la mente de Assange? Pensará, tal vez, que mejor habría hecho en ir a Suecia a responder por las acusaciones de unas señoritas suecas, y donde la mayor de las penas, si se las probaban, era de cuatro años. En una prisión sueca habría contado con atención médica, patios para caminar y ejercitar sus músculos; en Londres estaba reducido a una habitación en una oficina de doscientos metros cuadrados a donde no llega la luz del sol; no es el caso de la asilada en Quito, en una Embajada cuya residencia es una hermosa mansión que cuenta con varias hectáreas de jardines. Tengo entendido que era también muy amplia la legación de Colombia en Perú en la que Haya de la Torre estuvo asilado varios años. El asilado cardenal Mindszenty encontró tan conveniente para su lucha la Embajada americana, que no quería abandonarla y solo salió de Hungría por orden del ya fastidiado presidente, general Eisenhower. Ojalá la Corte británica confirme la negativa de extradición de la jueza, por razones humanitarias, y termine el calvario de Assange y esta ridícula, vergonzosa, aventura, dizque diplomática. (O)