Partidos, movimientos y políticos que solo les interesa el periodo electoral, oposición por oposición, bloqueo al contrincante, campañas de desprestigio, dádivas a cambio de votos, discursos emotivos que señalan culpables, insultos en redes sociales, gritos y acusaciones por todos lados, polarización, desinformación… La lista pudiera ser interminable y es la misma desde hace muchísimos años y forma parte de la práctica, de cómo se hace política en el Ecuador.

Esta forma de hacer política, sin embargo, en el fondo no importa. Mencionemos algunos hechos que lo demuestra: son reelegidas las mismas autoridades, las ofertas de campaña son las mismas, los procesos de capacitación que buscan los políticos son siempre para ganar elecciones, las cifras de popularidad y de credibilidad son bajas, reciben críticas feroces diariamente, muchas personas dicen no interesarse en la política, hay más corrupción…

En suma, hay un círculo vicioso que lo arrastramos desde hace décadas, en donde el populismo y la confrontación han sido los protagonistas y ahora son parte de la cultura ecuatoriana. Por ello y para romper este ciclo no tenemos más que educar a la gente en política.

Tarea titánica y de larguísimo plazo, pero que en algún punto debemos hacerla. ¿Qué implica esta educación? No se trata solo de estudiar la cívica, la historia del país y hablar muchísimo de ética y moral (que esto se hace obligatorio y urgente dados los continuos actos reñidos con estas). Es educar en el diálogo y en la búsqueda de consenso, en la negociación que logre resultados positivos para quienes están inmersos en una disputa. Es un ejercicio en donde la tolerancia debe ser rescatada, como base de la conversación.

Y esto se hace con acciones constantes, en las casas, las aulas y las oficinas, frente a hechos cotidianos. Por ejemplo: ¿cuántas personas, el momento de una discusión, en lugar de buscar culpables o responsables, de señalar con el dedo, de buscar la quinta pata al gato, plantea soluciones viables, alternativas varias? ¿Cuántos están dispuestos a que esas soluciones, aunque sea proporcionada por una persona que no comparte muchos de nuestros puntos de vista, sea aceptada? ¿Quiénes en lugar de buscar que la otra persona caiga, para ponerse en su lugar, piensa en que a él le podría pasar lo mismo, cuando ocupe la posición por la que puja? ¿Quiénes son capaces de, al menos, escuchar ideas distintas sin descalificar a quien las presenta?

Se podrían mencionar decenas de ejemplos de este tipo que lleven a interrogantes sobre el comportamiento del día a día. Pero continuemos planteando algunas ideas alrededor de la educación en política. Se debiera pensar en hablar sobre lo que se mira y se lee en redes sociales, en la importancia de consumir información verificada, de romper los puntos de polarización, recordando que entre los polos hay miles de personas que no se identifican con ninguno de los dos bandos.

También pudiera pensarse en trabajar no solo en la exigencia de derechos, sino de las responsabilidades que conllevan. En enseñar que el diálogo se construye con razones y no con emociones. Si como ciudadanos cambiamos, ellos, los políticos, tendrán más presión para hacerlo. (O)