El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha anunciado un aporte a todos los países del mundo, a cada uno en función de su participación (cuota) en ese organismo, para apoyar en la salida de la pandemia y la crisis. Nos toca alrededor de $ 1.000 millones, y a países desarrollados cantidades muy importantes que, ojalá, algunos utilicen para ayudar a países necesitados… entre los cuales no creo estemos nosotros.

¿Qué hacer con esos fondos? Lo mismo que si usted recibe un regalo importante, en medio de crisis familiar sanitaria/económica y problemas propios fruto de su desorden. Primero, el fondo no puede servir como pretexto para dejar de ordenarse; la eliminación de gastos públicos improductivos sigue siendo prioridad. Segundo, dadas las circunstancias, orientar fondos hacia algún programa prioritario, focalizado y de clara evaluación: ejemplo: enfrentar la desnutrición infantil que ha crecido. Tercero, fortalecer las reservas internacionales lo cual parece secundario pero no lo es: si su familia o empresa tienen una caja (capital de trabajo) más sólido (sin exagerar su monto), se fortalece la economía y permite crecer más, disminuir riesgo, bajar intereses, etc. Cuarto, en lugar de endeudarse, usar esos fondos gratuitos (pero siempre luego del punto primero).

Con el FMI tenemos otro tema: del acuerdo negociado con el gobierno anterior quedan aún unos $ 2.500 millones por desembolsar (además de líneas de otros organismos multilaterales, alcanzando en total unos $ 8.000 millones en estos 2 años). El acuerdo debe ser renegociado en su marco global (mejora general de las finanzas públicas en $ 5.500 millones) y en un punto esencial (el aumento del IVA en 3 puntos, que no se dará). ¿Es posible esa renegociación? Confío que sí, dado el apoyo geopolítico que hemos generado, por múltiples razones internas y el muy peligroso posicionamiento de nuestros vecinos. Pero sobre todo lo podemos alcanzar si presentamos un plan coherente que incluya, por un lado, una fuerte reducción del gasto público en tantas actividades de baja (nula o negativa) productividad y una mejora de calidad y focalización en el resto; y por otro lado, la eliminación de excesivas exoneraciones fiscales, simplificación tributaria, un fuerte esfuerzo de cobro hacia los que nunca pagan, eliminación del ISD, baja de aranceles, mantener el sistema de bandas en los combustibles (con focalización en el transporte público y el gas) y un aporte de los que han pasado mejor la pandemia (personas, no empresas).

¿Esto significa “someternos a las políticas neoliberales del FMI”? Para nada. El FMI no es diablo ni arcángel. No es la sabiduría absoluta en cuanto a políticas económicas ni lo contrario. Hay que saber aprovecharlo con base en políticas sensatas y de sentido común que nosotros diseñamos. ¿Esas políticas implican ser estrictos en el manejo financiero, gastar con eficiencia y calidad, apoyar con mejores oportunidades a los que menos tienen, crear sólidos fondos para malos momentos, abrirse al mundo, tener un mejor mercado laboral, mejor sistema de jubilación y más? Por supuesto. ¿Eso coincide con la visión del FMI? Quizás… Lo importante no son las coincidencias (recordemos que se oponían a la dolarización que nos ha sido tan útil), sino nuestro propio diseño de buenas políticas. (O)