En el libro El Principito hay una frase que dice: “Todas las personas mayores antes fueron niños”. Una frase que nos lleva a pensar sobre el presente y el futuro. Entonces, un niño, ¿qué es? Es el resultado de la infancia, de las oportunidades, de la realidad nacional.

Cuando entendemos la responsabilidad inmensa que tenemos al momento de formar una generación nos damos cuenta de que lo que tiene al país convulsionado y sumido en la violencia es consecuencia de desigualdades que marcan y que son tan drásticas, que dan como resultado las más crueles e inhumanas imágenes. El crecimiento poblacional en ciudades más grandes produce que este se realice de formas desorganizadas sin satisfacer las necesidades básicas. Miles de personas no tienen agua, alcantarillado o alumbrado público, sin hablar de sistemas de transporte público eficientes o acceso a internet o seguridad.

Vivimos en un país en el que casi cien mil niños no regresaron a clases entre el 2020 y el 2021 producto de la pandemia, siendo esta cifra siempre más perjudicial para las niñas. Estas estadísticas de deserción escolar se agudizan junto a la grave crisis de desnutrición infantil que bordea casi el 30 % de los casos en niños menores de 2 años, siendo crucial el cuidado en los primeros 1.000 días de vida de los menores junto con un sistema de salud que priorice la vacunación que permita prevenir enfermedades.

Las cifras, que estremecen, no cambian si no focalizamos todos los esfuerzos en la planificación familiar, la prevención del embarazo adolescente y la erradicación de la violencia sexual. La pobreza en el país se radicaliza cuando en cada hogar pobre en promedio se conciben cuatro hijos, con madres generalmente muy jóvenes que en la mayoría de los casos no terminan su educación básica. Según el informe Milena de la Unfpa, casi el 40 % de adolescentes inician su vida sexual entre los 15 y 19 años, 8 de cada 100 embarazos se producen en niñas menores de 14 años y casi 7.000 adolescentes abandonaron la escuela por maternidad.

Los problemas aumentan cuando unimos estas cifras al alcoholismo, el consumo de drogas y las tasas de desempleo por los aires. Factores que producen mendicidad, delincuencia y buscar maneras de sobrevivir al vivir en un país estratégico para las mafias no solo por ubicación, sino porque su gente poco a poco se acostumbra a un estilo de vida subsumida en violencia. Un país en donde más del 40 % de sus crímenes hasta antes de la pandemia se organizaban dentro de las penitenciarías y donde el hacinamiento duplica la cifra para lo que fueron creadas. Niños que cargan armas en vez de libros desde los 12 años y que encuentran una forma de vida distinta a la que seguramente Antoine de Saint-Exupéry imaginaba cuando escribía sobre el futuro. Un futuro que se termina cuando consideran que terminar con vidas por dinero es lo correcto, porque viven en un país que nunca les presentó otras alternativas.

En memoria de Sebastián y Álex. Su ausencia es el sentir de un Ecuador que, en sus entrañas, añora calma y cambio y que hoy vive al borde del desconsuelo y abandono. ¡Hasta cuándo! (O)