Mi suegro, Antonio Cordovez Dunn, era un lindo tipo. No solo era guapísimo, sino todo un gentleman. De hablar pausado, prudente, con un fino humor. Me encantaba su sonrisa cuando me hacía bromas. Lo conocí cuando ya había perdido una pierna luego de un accidente y sus fuerzas habían disminuido por una extraña enfermedad estomacal que lo aquejaba; sin embargo, trabajaba duro y parejo.

El Antuquito no había ido a la universidad, creo que la situación económica de sus padres no se lo había permitido, pero sabía de alimentos, de crianza de aves y ganado vacuno, de elaboración de sidra de manzana y de su especialidad: la hechura de los quesos más ricos del “mundo mundial”.* Sí, mi suegro era un lindo tipo.

En una ocasión se encontró, en el Club Chimborazo de la ciudad de Riobamba, con un excompañero de dudosa reputación y un montón de títulos y posgrados a su haber. Este, luego de contarle que acababa de obtener un nuevo título universitario, le espetó: ¿Y vos? A la final no estudiaste nada. No eres ni doctor, ni licenciado, ni nada, ¿no? Mi suegro, con su hablar pausado y su sonrisa inolvidable, le respondió: Así es, tienes toda la razón, yo soy un “señor”.

Por un segundo pienso que tal vez mis lectores pueden tildarme de racista, entonces recurro al Diccionario de la Real Academia Española y veo que define la palabra “señor” como Persona respetable que muestra dignidad en su comportamiento y aspecto. Dada mi fascinación y curiosidad cuando abro un diccionario, busco también “señorío”, y me topo exactamente con la cualidad que busco: 1. Dignidad de señor. 2. Gravedad y mesura en el porte o en las acciones. 3. Dominio y libertad en obrar, sujetando las pasiones a la razón.

El señorío no tiene nada que ver con la raza, a través de la historia los ‘señores naturales’, nuestros antepasados indios ya demostraron ser gente digna, como lo explica Fernando Jurado en su libro Sancho Hacho, sobre el origen de nuestro mestizaje.

Pero lo que busco no es solo una palabra, en realidad busco Señores, Señores propiamente dichos, así con mayúscula. ¿Qué pasó en este país con los señores? ¿Dónde perdimos a esa gente decente y empezamos a elegir, para que rijan el destino de nuestro país, de nuestras ciudades, gente a la que ¡hasta la mascarilla le queda grande!? (Pero eso sí, el grillete le calza a la medida). Gente sin un ápice de dignidad, incapaz de asumir su propia incapacidad y menos aún respetar lo ajeno con un mínimo de delicadeza. Gente que antes del año de haberse posesionado en el cargo ya ostenta un grillete.

No es posible que Quito, la capital de los ecuatorianos, se hunda (¿o se yunda?) en basura, desorden y corrupción por estar en manos de sinvergüenzas que se aferran al cargo como sanguijuelas.

Lo insólito es que tenemos leyes que los benefician y les permiten seguir gobernando a pesar de las pruebas en su contra. La bravuconería y el “mamaluchismo” han vuelto a tomar de rehén a nuestra ciudad. No podemos seguir viéndola hundirse porque Señores ha habido siempre, solo es cuestión de encontrarlos.

* Es un decir del personaje infantil Manuelito Gafotas de la escritora Elvira Lindo. (O)