Entre las anécdotas del paro rescato la del Divino Niño del Guambra, pues pone en evidencia realidades que se ocultaron en las instancias del horrible fenómeno. Lo vi en un reportaje de Teleamazonas, un video al que se puede acceder a través del canal de YouTube de ese medio. El Guambra es un sector de Quito que tomó su nombre de un restaurante de pollo asado que funciona bajo el paso a desnivel en las avenidas 10 de Agosto y Patria. Hay numerosos negocios formales e informales en la zona. Siguiendo una costumbre ancestral, los comerciantes del lugar escogieron un Divino Niño como imagen tutelar, a la que encomiendan sus vidas y sus fortunas. Es un punto de concentración popular, a medio camino entre la Universidad Central y la Casa de la Cultura. En los disturbios de la última quincena fue un vértice crítico donde se desbordó la violencia. En medio de tanta brutalidad alguno se esmeró y decidió pegarle fuego al Divino Niño, venerado dentro de una urnita protegida por rejas. Tules y sedas de los vestidos de la imagen se consumieron, la pintura que cubría la estatua se ennegreció y craqueló, la escultura misma fue muy dañada. Rabia gratuita e ignorancia.

¿Se espanta con la quema de un muñeco y no “tiene empatía” con los justos reclamos de los manifestantes? Sí, me parece un acto de intolerancia bárbaro la quema de cualquier objeto que es sagrado para alguien, por más que no creamos en las virtudes milagrosas de la cosa agredida. Y, en efecto, no valido los reclamos de los vándalos que, junto con la figura, destrozaron media ciudad. Son una minoría, incluso entre la población indígena, con una incoherente lista de pedidos contradictorios, no sustentados, sin alternativas ni propuestas.

Y la profanación me indigna más porque la gente que veneraba la efigie es prototipo de los afectados por este paro malévolo. Comparto el dolor de los centenares de miles de víctimas de la algarada. En primer lugar, con los informales de las ciudades atacadas, constituyen el sector más vulnerable de la población ecuatoriana. Viven al día, de las ventas y servicios ambulantes, trabajadores ocasionales, altamente creativos y laboriosos, no han podido obtener durante un mes ningún ingreso. Microempresarios, artesanos, técnicos, pequeños comerciantes, talleres, salones de belleza, huecas gastronómicas, panaderías, arrasados u obligados a cerrar. Y en el agro, miles de pequeños avicultores, dueños de modestos hatos de ganado, de huertas y otros emprendimientos, obligados a arrojar a la basura su producción de estos días en toda la república y que sufrieron daños que tardarán meses en recuperar. Ni hablar de los que se dedican a actividades relacionadas con el turismo.

La historia tuvo un final feliz, nos relata el reportaje con la firma de Tomás Ciuffardi. Un trabajador, Marcelo Lara, conmovido por el estrago, tomó la imagen y la llevó a su esposa, Gloria Pérez, restauradora, quien ya la tiene arreglada. Un constructivo acto de amor y de buenos sentimientos que priman en nuestro pueblo. En cambio, la protesta fue pobre en sus planteamientos, inmoral en sus métodos y miserable en sus resultados. Un estéril y destructivo acto de odio. (O)