¿Vladimir Putin está loco? Es la pregunta, con respuesta inducida, que muchas personas comunes se plantean este momento. La pregunta está causada por las decisiones y actos del presidente ruso, que han puesto al planeta al borde de una conflagración mundial. Pero desde la clínica psiquiátrica, no se puede ni se debe proponer diagnósticos de alguien que no ha estado en nuestra consulta; incluso si alguien ha venido a vernos, su diagnóstico es confidencial. Eso es lo que planteé en esta columna a propósito del supuesto diagnóstico clínico de “Trastorno narcisista de personalidad”, que cinco psiquiatras norteamericanos hicieron de Donald Trump,

a quien jamás entrevistaron (ver ‘¿Diagnosticar a un presidente?’, 2017.03.12). Clínicamente, hacer un “diagnóstico” de Putin está fuera de la deontología médica y de la buena práctica psiquiátrica. Sin embargo, ello no exime a cualquier ciudadano de pensar sobre la relación de los sujetos con el poder.

“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, le dice el tío Ben a Peter Parker, ignorando que su sobrino es Spiderman. Al parecer, el creador Stan Lee tomó la frase del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt. La frase nos invita a distinguir, en primer lugar, entre la autoridad y el poder, como lo hizo en 1942 Alexandre Kójeve en su clásico La noción de autoridad. Si seguimos a este autor y a otros, sabemos que la autoridad emana de la representación de la ley y le es conferida a cualquiera que hable y actúe en el nombre de ella, desde el vigilante de tránsito hasta el presidente de la República. El poder, en cambio, supone la facultad, potencia y disposición para hacer o realizar cosas, que no necesariamente están enmarcadas dentro de la ley. En condiciones ideales, no hay contradicción entre poder y autoridad, y los representantes de la ley tienen algún poder según su grado y función. La máxima conjunción de poder y autoridad confluye en el presidente de la República, habitualmente.

Sin duda, Vladimir Putin es uno de los hombres más poderosos del planeta. Hasta el momento, sus decisiones más recientes han causado la muerte de centenares de civiles y combatientes ucranianos y de un número indeterminado de soldados rusos. Han provocado la salida de más de un millón de ciudadanos de Ucrania para refugiarse en países vecinos. Han destruido una cantidad de casas y edificios. Y han producido perturbaciones importantes en la economía de su propio país y en la del resto del planeta, incluyendo el Ecuador. Pero… ¿es legal todo lo que hace? ¿Con qué autoridad pretende que otro país reforme su constitución y renuncie a la pertenencia a cualquier bloque (léase “la OTAN”)? ¿Cómo así se le ocurre que los refugiados ucranianos solo podrán usar aquellos corredores humanitarios que los lleven a Rusia o Bielorrusia? ¿En calidad de rehenes? No nos está permitido proponer un diagnóstico, incluso si sabemos que la relación de un sujeto con la ley y con el poder está afectada en ciertos trastornos, sobre todo en la clínica de la perversión. Pero no hay duda de que Putin actúa fuera de la ley que regula las relaciones entre los pueblos y entre los sujetos. (O)