El presidente Lasso hizo una interesante revelación cuando mencionó que en una de las conversaciones que mantuvo con el presidente colombiano, Gustavo Petro, este le había respondido “destrócelos” ante la inquietud de qué era lo que sugería para el Ecuador ante el auge del narcotráfico. La declaración de Guillermo Lasso causó cierta sorpresa, especialmente si se conoce el pensamiento de Petro respecto de la “fracasada guerra antidrogas en el mundo” y su sugerencia de constituir una política de prevención fuerte del consumo en los países desarrollados. Por supuesto, hay que entender que los discursos varían de acuerdo a las ocasiones y a los interlocutores, siendo muy posible que Petro esté efectivamente convencido de que hasta que se produzca el cambio propuesto, hay que seguir combatiendo de forma radical al narcotráfico.

Lo que sí debe quedar claro es que la recomendación de destrozar al narcotráfico puede terminar siendo un espejismo si se analizan los resultados de la lucha contra el narcotráfico en Colombia, incluso luego de haber contado con uno de los programas de cooperación económica más generosos concedidos por los Estados Unidos (Plan Colombia), más de once mil millones de dólares en la guerra contra las drogas. Lo curioso es que más allá de que los cultivos de hojas de coca hayan disminuido en los últimos años, eso no ha impedido que la producción de cocaína aumente a tal punto que se asegura que “nunca en la historia de Colombia, por décadas el mayor exportador del mundo, se habría producido tanta cocaína de manera tan eficiente y tan poco violenta”. Se señala también que la producción de hoja de coca se da en zonas altamente productivas, rara vez intervenidas por el Estado, operando una suerte de “paz mafiosa” ya que nunca se había producido tanta coca con tan pocos muertos; incluso hace poco la BBC señaló que los capos actuales del narcotráfico en Colombia no se parecen en nada a Pablo Escobar, “son mafiosos que no parecen mafiosos”.

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Eso no significa que no existan estructuras tales como el Clan del Golfo, la Segunda Marquetalia y ciertas disidencias de las FARC que exportan toneladas de cocaína al exterior y que aplican control territorial y actos de violencia en zonas del país del norte. Es decir que el cambio funcional más importante que se ha dado en la lucha del Estado colombiano contra el narcotráfico ha sido el decrecimiento de la violencia, sin que esto haya impedido el auge del negocio de las drogas de forma sostenida. Aún más, se argumenta que en Colombia hay una línea de acción política que considera que perseguir a los grandes narcos solo genera más violencia, por lo que resulta llamativa la sugerencia dada por Gustavo Petro al presidente Lasso en el sentido de que hay que destrozar a las estructuras del narcotráfico.

Ahí viene la consideración más importante, ¿es realmente posible destrozar a esas estructuras delictivas o en su lugar resulta más creíble considerar la opción de una mano dura y eficiente que combata al narcotráfico, pero también consciente de que destrozarlos es una utopía mientras exista la demanda creciente por el consumo de drogas? (O)