El último disco del reguetonero Bad Bunny es una fiesta. En todos los sentidos: estéticos, musicales, discotequeros, metafísicos, procaces, filológicos, de gestión sexual, y de crítica social. Sus letras, inevitablemente, aluden a una ontología, a una angustia, y a una celebración que tienen rasgos continentales. En términos de Harold Bloom -que desgraciadamente debe revolcarse en su tumba por la sola mención a su nombre en esta columna- hay, en el disco Un verano sin ti una ansiedad de la influencia, una experiencia común latinoamericana, un desfogue y un refugio a la brutal realidad que nos acecha.

Creo que no hemos sido capaces de entender al reguetón como fenómeno cultural en América Latina, en la misma lengua española. Y quizá no lo seremos pronto. Con excepción de unas pocas voces lúcidas, se impone todavía el prejuicio que, desconociendo el proceso que en los últimos veinte años ha tenido el género, lo siguen (por ventura) excluyendo de la Cultura con C mayúscula. Pero Luna Miguel, una de las más influyentes escritoras, editoras y lectoras españolas contemporáneas, lo ha dicho de manera contundente: “Bad Bunny es literatura porque condensa el sentir de un tiempo”. Y luego agregó: “pero también es un buen personaje literario”. Es decir, robando y parafraseando un verso a Gil de Biedma -que quizá no estaría tan triste al ser citado en este artículo-, Bad Bunny quería ser poeta, cuando en realidad podía ser poema.

Luna Miguel, de hecho, ha realizado el ejercicio de utilizar la literatura comparada para identificar las claves con las que, desde el lenguaje, como experiencia sensorial e intelectual, algunas figuras canónicas, Vicente Aleixandre entre ellas, se refieren a lo mismo que Bad Bunny. Por ejemplo, sobre los celos en el contexto de una relación tóxica, dice el reguetonero: “Yo no soy celoso, pero ¿quién es ese cabrón?/ Dime quién es ese cabrón/ Tranquila, no soy psycho/ No voy a hacer un papelón, pero/ Auch, mi corazón.” Javier Marías, sobre la misma experiencia, escribe: “¿Cuántas otras llamadas habrás hecho hoy que es ayer, al darte cuenta de que tu marido se iba y te dejaba libre? ¿Cuántos hombres habrás preferido, a cuántos habrás llamado para que vinieran a acompañarte y a celebrar tu noche de soltería o de viuda? […] tal vez tuviste que conformarte conmigo tras haber repasado tu agenda y haber marcado una y otra vez desde este teléfono que todavía suena en tu busca junto a esta cama”.

Es evidente que en estos ejercicios de literatura comparada, y en quienes los utilizan (o utilizamos) para hablar del reguetón, hay también una expresión de irreverencia, que es necesaria para entender el sentido último de la literatura en nuestro tiempo, y su vitalidad, porque no debe ser el contenido de abandonados libros de pasta gruesa que reposan cerrados en empolvadas bibliotecas, sino la manifestación de la vida humana, de carne y hueso, en la calle, en la cama, en el cuerpo. Nada es más conveniente para las turas (la litera-tura, la cul-tura, etc.), que su desacralización. Mientras más profana y menos sagrada, más humana, más universal. Más sensible, por tanto, con la soledad que siente gran parte de la población del mundo cuya lengua materna es el español.

América Latina atraviesa un momento de extrema incertidumbre, una horrible sensación de soledad frente al futuro. La pavorosa crisis económica que devino tras la pandemia. El disoluto estado de la política y la democracia. El influjo del narcotráfico y su violencia en todos los espacios. Los sátrapas que gobiernan con TikTok. La consagración de la izquierda como una secta inquisidora, privilegiada e incapaz de practicar la dialéctica o el estudio de la historia. El eterno retorno de la derecha, esta vez aún más ignorante y pueblerina, remasterizada como un club de machos. Ambas carentes de ojos para verse en el espejo, pero unidas por conveniencia (la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas, decía Nicanor Parra). La precariedad de la vida, que se agudiza. La delincuencia. Una crisis carcelaria que nos demuestra, en el Ecuador, el fracaso absoluto del Estado, del derecho y de los valores humanísticos. ¿No es acaso la música, las imágenes del sol bañando la arena, la idea de los cuerpos moviéndose bajo la pulsión del ritmo, y la ilusión por un amor, nuestra única y última gran esperanza latinoamericana? ¿No es, acaso, el reguetón un refugio? Quizá lo sea, porque algo habrá que hacer después de la playa. (O)