Envenenar el agua potable de una ciudad; emboscar y asesinar a machetazos por la noche; cerrar la producción petrolera; caerle a latigazos a un taxista por el delito de salir a trabajar; dejar sin alimentos a centros urbanos; impedir el paso de ambulancias con enfermos; bloquear el paso por carreteras; dañar antenas de comunicación; destruir parques y bosques; aterrorizar a pequeños comerciantes obligándolos a cerrar sus negocios; saquear tiendas y mercados; secuestrar y escupir a las víctimas; provocar enorme daños económicos son, al parecer, las nuevas formas de hacer política en nuestro país. Aunque no nos guste, debemos admitirlo: el Ecuador entró ya en la espiral de la violencia política. La violencia y el terrorismo comienzan a ganar terreno como medios para lograr objetivos. Por ahora, esta violencia es liderada por los dirigentes de la llamada Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), quienes han entrado en una suerte de consorcio con el exdictador y con los carteles de la droga. El primero no logró lo que buscaba: dar un golpe de Estado a través de una torcida lectura de la Constitución. A pesar de este fracaso, la mafia del exdictador seguirá conspirando para asaltar las instituciones. Los segundos, los narcotraficantes, a diferencia del correísmo, obtuvieron una importante victoria al asegurarse que los ecuatorianos les aumentemos el subsidio a los combustibles que tanto necesitan para su industria. Estos tres actores, el correísmo, el narcotráfico y la Conaie, han secuestrado prácticamente a la democracia ecuatoriana. Entre ellos han ido perforando al Estado hasta el punto de colonizarlo; no han ocultado sus propósitos y ni han disimulado los medios que están dispuestos a utilizar.

La violencia y el terrorismo comienzan a ganar terreno como medios para lograr objetivos.

Ninguno de ellos cree, además, en la democracia. El correísmo ya lo demostró durante su andrajosa dictadura. No solo que arrasó con las instituciones y la división de poderes, sino que usó el poder absoluto que tuvo para robar desaforadamente y para perseguir. Al narcotráfico tampoco le importa la democracia. Para esta industria, el actual Gobierno se ha vuelto en un serio problema; las pérdidas por las incautaciones de droga ya suman varios miles de millones de dólares. Es por ello por lo que, una vez que fracasó el golpe, el narcotráfico necesita, al menos, la destitución de los ministros del Interior y de Defensa. Y la Conaie tampoco cree en la democracia. “No nos interesa dialogar, sino que Lasso se caiga”, dijeron abiertamente. Lo ha demostrado con el uso del terror y la violencia para promover sus reclamos. La teoría de los “infiltrados” ya es insostenible. Pero, sobre todo, ha sido la manipulación ideológica que estos dirigentes han hecho de la pobreza en la que viven muchos indígenas, la que delata su vocación antidemocrática e inspiración fascista. Después de leer las demandas de la Conaie y de escuchar su discurso de comunismo andino, es fácil concluir que ella se ha convertido en una fuerza retardataria del desarrollo económico y social del país. Estas tres fuerzas, correísmo, narcotráfico y Conaie, presentan un grave desafío no solo para el Gobierno, sino para el país en general. Para vencerlas se requiere de una ciudadanía organizada y participativa, que vele por el imperio de la ley y el respeto a la convivencia democrática. (O)