Estamos viviendo algo que es consecuencia de lo establecido en la Constitución hace más de cuarenta años: que se elegirá presidente de la República con la votación de la mitad más uno de los votantes, lo que condujo, casi irremediablemente a que tendría lugar una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados. Cuando se dispuso esto, en el retorno a la democracia en 1977, se determinó que las elecciones de diputados tendrían lugar durante la segunda vuelta, para que el nuevo presidente contase con una mayoría significativa con la que pudiese gobernar, que sus propuestas de leyes pudiesen ser aprobadas. Eso evitaba lo que estamos experimentado hoy día, que el partido en el poder cuente con una minoría de minorías en la Asamblea; apenas 12, entre 137 miembros. ¡Menos del 10 %! Así, sencillamente, no se puede gobernar; el resto de legisladores, actualmente, están agrupados en cuatro bloques, que pueden bloquear cualquier propuesta gubernamental de leyes, planes de desarrollo; pueden censurar ministros y funcionarios, y aun destituir al presidente. ¡Aquí está la razón fundamental del caos, y es lo que hay que cambiar! Esa sabia disposición de elegir a los asambleístas o diputados al tiempo de la segunda vuelta fue cambiada al poco tiempo, y hay que restablecerla. Más tarde, en la Constitución de Montecristi, la de 2008, introdujeron esta extraña disposición de la muerte cruzada, inspirándose, tal vez, en la Constitución francesa de la Quinta República, cuando en 1958, a propuesta del general De Gaulle, se le concedió al presidente de la República la facultad de disolver el Parlamento, pero sin renunciar él. Vista la dispersión de las fuerzas políticas en la Asamblea, la muerte cruzada puede servir para superar la crisis, al tiempo que eso permitiría convocar luego una consulta popular para la elección de legisladores en segunda vuelta, entre otras cosas. En lo inmediato, si hubiera elecciones generales, el presidente actual, al presentarse a la reelección, podría traer, sin alianzas que dispersen la votación de sus partidarios, un número de legisladores, muy superior al actual. La elección tendría un carácter similar al de segunda vuelta, y por tanto no se produciría la dispersión actual, en que nadie tiene la mayoría.

El presidente Lasso ha blandido una espada de Damocles previniendo a los legisladores que si sus proyectos de legislación tributaria y laboral no son aprobados por la Asamblea, él aplicará la muerte cruzada, cuyo decreto está ya listo en su escritorio. La presidenta de la Asamblea, en visita a Carondelet, ha ofrecido dar trámite a los decretos de iniciativa del Ejecutivo; ojalá, pero ella no puede garantizar lo de los otros bloques. Se supone que el bloque de Pachakutik dejaría de integrar el bloque anterior con UNES y socialcristianismo, que lucen más radicales. Visto desde lejos, parecería que ni a Pachakutik ni a la Izquierda Democrática les conviene seguir con los otros partidos que, obviamente, serán sus próximos adversarios electorales. Ocurra lo que ocurra, el país necesita reformar el sistema de elecciones para seguir adelante. La muerte cruzada, y una consulta popular, inmediatamente después, son una oportunidad para salir de las tinieblas hacia la luz. (O)