Empezar de nuevo, pero no desde cero. La sociedad chilena en su conjunto se plantea un reto: continuar un proceso constituyente cuya primera propuesta recibió un no contundente. En democracia hay que respetar resultados, hay que aprender a oír otras voces diferentes a las propias, hay que aceptar que los procesos son largos y que casi siempre se avanza por etapas. Hay que aceptar pérdidas sin renunciar a los logros.

En un mundo de urgencias, en una sociedad de urgencias, en nuestras vidas llenas de urgencias, es difícil aceptar esperas. Y sin embargo estas son necesarias, desde el tiempo para que un niño crezca, la planta dé flores y frutos, hasta para que una constitución llamada a durar años represente y pueda regir a una sociedad cambiante hay que aceptar etapas, avances y retrocesos. Los chilenos lo están viviendo y tendrán que acatar los diferentes ritmos, sin renunciar a lo ya adquirido.

Difícil conjugar los ritmos en las sociedades, porque nuestros tiempos personales no son los mismos que los tiempos comunitarios, ni políticos, ni empresariales, ni los de la naturaleza, ni los del cosmos en su conjunto. En nuestro país, la emergencia de nuevos actores, que siempre estuvieron allí pero que no se los veía ni se los consideraba ciudadanos a plenitud, reclaman y requieren espacios. Hacen eclosión su presencia y sus demandas. El desafío es que se integren con otras presencias y otras demandas. Que son varias y todas importantes, todas urgentes, todas partes de una sociedad, un país diverso, pequeño y con enormes riquezas naturales.

En nuestro país, la emergencia de nuevos actores, que siempre estuvieron allí pero que no se los veía ni se los consideraba ciudadanos a plenitud, reclaman y requieren espacios.

Las demandas de los indígenas y las mesas de diálogo fueron y son un paso importante en el tejido de una sociedad inclusiva. Diálogos que no deben quedarse solo en palabras y documentos, sino en políticas públicas concretas. Pero requieren estar conectados con el resto de la sociedad, porque los indígenas no son islas, son parte del entramado que constituye el país, sus habitantes y sus necesidades. No se ve igual ni se necesita lo mismo en una mansión con todo lo necesario, en una choza en el campo o una casa de cañas en el suburbio. El denominador común es que todos necesitan alimentación, trabajo, educación, atención en la salud, seguridad y que en ello el Estado tiene responsabilidad de asegurar que sea posible para todos sus habitantes. Por eso las prioridades están del lado de los más desposeídos y necesitados.

La sabiduría para avanzar, detener, corregir, de acuerdo a los recursos disponibles no parece ser una cualidad de nuestros políticos. Ni de los dirigentes.

Someter a la población a intimidaciones, tampoco es un camino. La población está exhausta de amenazas y coimas, vacunas o cuotas “voluntarias” para sostener una movilización, una demanda, un candidato o un partido. Porque son extorsiones.

No hay mucha diferencia entre el accionar de las bandas delictivas y los requerimientos de muchos dirigentes, cualquiera sea su procedencia o su justificación. La justicia de las demandas debe ir acompañada de la justicia en la manera de plantearlas, de reclamarlas, de exigirlas. Y eso requiere conciencia y disciplina colectiva. El odio y la intolerancia impiden hallar caminos, nadie puede pretender ser exclusivo ni en la propuesta ni en la solución. (O)