Esos son los distintivos que han caracterizado a esta última semana del quehacer ecuatoriano: el uno, para vergüenza pública, en los motines de las cárceles y, el otro, para orgullo nuestro por ser connacionales de Richard Carapaz, cuyo mérito es personal y no de las funciones y organizaciones deportivas, que han sido, más bien, un obstáculo en su carrera.

La actual administración fue sorprendida por las acciones simultáneas, concertadas, en los centros de detención de Guayaquil y Latacunga. Las mafias habrán estudiado el momento adecuado para actuar. Ni en el Ministerio de Gobierno ni en los centros penitenciarios hubo la necesaria inteligencia, información anticipada, del golpe fraguado; han actuado por reacción: la presencia inmediata del presidente, de la ministra de Gobierno y la designación de un director del sistema carcelario en una persona de gran prestigio han servido para recuperar el control, pero se deberán buscar soluciones de carácter permanente. Esto trascendió en los noticiarios internacionales, le hace daño a la imagen del país, y ahuyenta a lo que tanto se necesita, la inversión extranjera. Este es un problema que imperó en el gobierno de Moreno; las justificaciones fueron de lo más peregrinas: minimizaban lo ocurrido diciendo que eran arreglo de cuentas entre bandas criminales; después de cada matanza, la ministra de Gobierno de ese entonces se lavaba las manos y afirmaba que esa era responsabilidad del director del servicio penitenciario, como que la seguridad interna no fuera responsabilidad del Ministerio de Gobierno, que tiene a su cargo la Policía nacional. Por el desprestigio de la oficina de Inteligencia, que se utilizó para perseguir a opositores políticos, el presidente actual la colocó a órdenes del Ministerio de Defensa, pero eso solo puede ser una resolución transitoria, porque la inteligencia militar es muy distinta a la de la seguridad general del Estado. Lo estamos viendo. Creo que con los elementos actuales no se conseguirán resultados positivos para la integridad del problema, y las tragedias volverán a ocurrir. A las pocas horas de ocurridos los fatales sucesos, manifesté a la prensa que para salir del círculo vicioso en el que nos encontramos deberíamos recurrir a la asistencia de países amigos que cuentan con sistemas carcelarios de primer orden, como, por ejemplo, España o Francia; esta última tiene a su cargo, en Lyon, nada menos que la operación de la policía internacional, la Interpol. Soluciones parciales, no sirven. Acabo de escuchar al coronel Cobo algo alentador en ese sentido, de que todo habrá de ser construido enteramente.

Pasando al oro, a la medalla alcanzada por Richard Carapaz, parece que lo que recibió de los “dueños” de los juegos olímpicos, son trabas, rechazos; fue entrenado en Colombia. Qué triste oírle decir: “El país nunca creyó en mí”. Para alcanzar la fama que hoy tiene tuvo que vencer muchas infamias, como la de correr por Ecuador en bicicleta prestada; así como Glenda Morejón, quien ganó oro en Kenia, y entrenaba con la suela amarrada al zapato con un cordón. ¡El Estado tiene que compensarlos por sus sacrificios, y apoyar a todos los atletas! “La verdad nunca es antipatriótica” decía Gregorio Marañón. (O)