Si es creyente responderá con razón y autoridad, de Dios. Si es ateo, con idéntica lógica, dirá “mía”. Estas opiniones a nivel teológico parecen antagónicas, pero a nivel humano y social son coincidentes, pues ambas significan que usted es el responsable de su vida, sea ante la divinidad o ante usted mismo. No se responde por la propia vida ante ningún ser humano, o grupo, y menos que nadie ante el Estado. Si así ocurriese, estaríamos en un régimen de esclavitud, en el que otro es el soberano de su existencia. La prueba suprema de que las personas son propietarias de su vida es, paradójicamente, la posibilidad del suicidio. Los animales no tienen este poder, ninguno se suicida. Acortemos, ¿pueden los Estados impedir el suicidio? No tienen derecho y no tienen el poder, quien quiere morir siempre encontrará la manera de acelerar el proceso.

¿Cuál es el fin y el propósito de la vida, o para qué vivimos? Abundan los que responden algo que sintéticamente sería “para servir a otro”. De visiones así derivan una serie de responsabilidades y obligaciones supuestas que tendrían los humanos... los Estados te dirán que cumplir “los deberes para con la patria”, es decir, pagar impuestos y hacer conscripciones. No son así las cosas, la tendencia humana innata es buscar la felicidad, porque esta es su fin y propósito. Cierto es que algunos se sienten realizados y felices con labores altruistas o filantrópicas, pero no es una regla. Las rigurosas imposiciones del ascetismo o las excéntricas prácticas del masoquismo persiguen el mismo objetivo. Entonces, un ser humano que considera que la felicidad es para él imposible tiene derecho a zanjar el problema de una vez por todas. No faltarán quienes se presten para hacer ver a estos desdichados que están equivocados, loable intento, siempre que no se imponga obligatoriamente.

La esencia del pensamiento conservador está en la pretensión de que el Estado norme la moral privada. Por eso se califican bien de conservadores a la dictadura china, a los ayatolas iraníes o a quienes en las repúblicas occidentales creen que la policía debe intervenir para imponer las “buenas costumbres”. Con el progreso de la libertad en los últimos siglos, los ámbitos privados se han sustraído a la autoridad del Estado, como el sexo. Recordemos que hasta los años setenta del siglo pasado en el Ecuador estaban penados el concubinato “público y escandaloso”, el adulterio y el homosexualismo. Esto se ha superado, por considerarse que son conductas que afectan estrictamente a la vida personal de quienes las practican. Siendo la muerte el más personal y más privado de los actos de un individuo, que se hace inevitablemente solo, la intervención de la colectividad es abusiva y contra natura. Lo que se debe procurar es el entorno para que todos puedan acceder a la eutanasia, es decir a la “buena muerte”, esta siempre será la que el individuo ha elegido, que puede ser en la cama a los cien años o ingiriendo un veneno a los cincuenta. Los límites, reglamentos y prohibiciones solo nos conducen a la distanasia, es decir, la “mala muerte”... expresión que en español tiene connotaciones aterradoramente tristes. (O)