La semana pasada, desde Veracruz, México conmemoró los 200 años de la Firma de los Tratados de Córdoba con la presencia de Ecuador. Estos tratados son los primeros instrumentos legales en los que se pronunció públicamente la independencia de México.

“Esta América se reconocerá por nación soberana independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio mexicano. El gobierno del Imperio será monárquico constitucional moderado”, señala el manuscrito original. Hace dos siglos, los tratados buscaban soberanía, independencia, la libre determinación para escoger una forma de gobierno y un modelo de Estado. Hoy, los tratados y acuerdos son auténticos instrumentos de integración para el progreso. En el continente americano, los procesos de integración económica están facilitando que empresas de la región alcancen mayor escala y especialización a través del comercio, la inversión y los servicios. Los tratados comerciales, sean estos bilaterales o multilaterales, representan una herramienta necesaria para generar empleo, reducir la pobreza e impulsar el crecimiento sostenido local y regional, más allá de las asimetrías existentes entre los países involucrados.

La asimetría evidente entre Ecuador y México, reflejada en sus respectivas balanzas comerciales, no representa una barrera para ambicionar un acuerdo comercial que trascienda a los tradicionales y caducos modelos de los acuerdos de la Aladi (Asociación Latinoamericana de Integración), centrados en el otorgamiento de preferencias arancelarias, dando como resultado acuerdos comerciales con alcances parciales. Si bien nuestra integración regional se basa en lo comercial y económico, esta trasciende a lo social, cultural y ambiental. Hoy hacer comercio exige hacer comercio justo.

El Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) representa el estándar estratégico más efectivo en materia de apertura comercial que podría seguir el acuerdo entre Ecuador y México. Los avances sustanciales en materia de derechos laborales; derechos ambientales, enfocados en la protección de la diversidad biológica, la calidad del aire y de la capa de ozono; así como la integración de un capítulo específico sobre la regulación de comercio electrónico para acelerar una economía digital inclusiva y equitativa marcan el nuevo modelo comercial que entra en armonía con los principios fundamentales de los derechos humanos. Incorporar este estándar representaría además un precedente para nuestro acuerdo comercial con los Estados Unidos.

El T-MEC es un modelo de comercio de última generación, exige un nuevo estilo de liderazgo y diálogo comercial, ya que activa un mecanismo más directo e innovador en la resolución de controversias y abre la posibilidad a una revisión periódica cada seis años, que asegura su vigilancia de cumplimiento o la posibilidad de renegociar compromisos inalcanzables para las partes y así profundizar el mejoramiento continuo de la integración. La reciprocidad comercial se construye con reglas claras, certidumbre y confianza; su efectividad requiere un estilo transparente, ágil y directo. Hoy, el nexo personal entre Estado y Estado marca el ritmo y su eficacia. (O)