Empecemos puertas adentro para luego comentar la política internacional en la que estamos envueltos. Lo ocurrido en la Asamblea Nacional, el día jueves 24 de los corrientes, es como una comprobación de lo que hemos señalado constantemente durante la etapa democrática última: que la Asamblea es como una colcha de retazos, lo que le impide un funcionamiento coherente, limpio y claro; lo que hace casi imposible que puedan convivir las funciones Ejecutiva y Legislativa. La presidenta de la función legislativa tuvo que clausurar la sesión vespertina en curso, en la que se jugaba su propia supervivencia, y canceló la convocada para la noche, que presentaba similar peligrosidad para el mantenimiento de su cargo, y por el trastorno que eso conllevaría en el equilibrio del balance de poder. Poco antes, el presidente de la Comisión de Fiscalización de la Asamblea, de similar línea política, le demandaba al presidente de la República hacer uso de su facultad constitucional de disolver la Asamblea mediante la llamada muerte cruzada. Las dos actitudes equivalen a una confesión de parte de que se encuentran en minoría, a merced de sus adversarios, los asambleístas de oposición. Todo esto ocurría en medio de gritos, apelación, negativa a la apelación, clausura y apagón de luces; obscuridad que representa las tinieblas en que se encuentra el Poder Legislativo; obscuridad que se transmite a todo el Estado y a la nación. El presidente de la República ha esgrimido lo de la muerte cruzada, anteriormente, como una amenaza para atemorizar a los legisladores de oposición; en la misma noche, en entrevista con Carlos Vera, se lo vio más cauto, más lejano, diríase que renuente a esa posibilidad. La chispa que provocó esta explosión en la Asamblea fue la lucha por el control de este engendro antinatural que es el Consejo de Participación Ciudadana, que tiene la facultad de designar a las autoridades de control. El que las controla, controla tantas cosas, dispone de vidas y haciendas. Mientras exista este Consejo de Participación, la lucha continuará por su dominio. Cuando se enciendan las luces y se reinstale la sesión, continuará la pugna, que puede prolongarse al infinito. Cuando escribo estas líneas no sé qué sorpresa, nuevamente, nos traerá el carnaval. Por lo que está ocurriendo, la fuerza de los acontecimientos puede hacer inevitable la muerte cruzada; pero, si tiene lugar, debería ser para solucionar lo de fondo: derogar por plebiscito la Constitución de Montecristi, que nos ha conducido al presente caos, y que quede vigente la inmediatamente anterior, la de 1998, actualizada, como lo propone el doctor Simón Espinosa.

Ha hecho bien la Cancillería, en el conflicto entre Rusia y Ucrania, al condenar la violación del territorio de otro Estado. En nuestra historia hemos sido víctimas de violación a nuestro territorio y debemos defender este principio, y condenar siempre el uso de la fuerza. Esto no quita que contribuyamos en los foros internacionales a buscar una solución pacífica a ese conflicto, como podría ser que Ucrania renuncie a su aspiración de incorporarse a la OTAN. Algo como ocurre con Finlandia, que lo está recordando Henry Kissinger. (O)