Como en una mala serie televisiva, el país es el espectador de una muerte en cámara lenta planeada por unos actores (y actrices) incapaces de decir con soltura las líneas asignadas a sus personajes. Leen en vivo y en directo las anotaciones borroneadas por unos guionistas que compiten con ellos (y con ellas) por el Óscar a la mediocridad. Desde el inicio de la primera temporada queda en evidencia toda la trama torpemente montada, se conoce a los complotados y a la futura víctima, de manera que no deja espacio para la imaginación. El desenlace está escrito desde las primeras escenas. Lo único que le pone interés al melodrama es la incógnita sobre lo que podrá suceder en la siguiente temporada, que deberá abordar la situación posterior a la eliminación de la víctima. La mala serie puede ponerse interesante. Veamos.

Una vez eliminada la víctima, esto es, producida la muerte política del presidente de la República, es imprescindible llenar el cargo que queda vacío. No es tarea fácil, porque dependerá de la forma en que se haya producido esa muerte. Como se vio en esta columna hace dos semanas, los escenarios más probables son la aplicación del artículo 148 de la Constitución por el presidente (“muerte cruzada”) y el derrocamiento por medio de la violencia. El primero puede ocurrir por la propia presión de los complotados que están dispuestos a llevar hasta el final el juicio político, ya que la creativa constitución de los trescientos años no le impide al presidente disolver a la Asamblea cuando esta lo está enjuiciando. De esa manera, Guillermo Lasso dejaría la presidencia en un plazo no menor a ocho meses contados desde ahora, debido a que para llegar al punto culminante del juicio se requieren aproximadamente dos meses y desde la disolución de la Asamblea hasta la posesión del interino pueden pasar unos seis más. No parece buen negocio para quienes empujan el juicio, no solo por el tiempo que deberían esperar, sino sobre todo porque de paso habrán perdido sus puestos y tendrían muy pocas posibilidades de ser elegidos nuevamente. Cabría preguntarse, además, si esa forma de suicidio sería aceptable para muchos de quienes ahora aparecen como aliados.

Lo único que le pone interés al melodrama es la incógnita sobre lo que podrá suceder...

Así, el desenlace de la segunda temporada se vuelve más confuso. Con ello se pone interesante el culebrón, especialmente si se barajan las opciones para el reemplazo de Guillermo Lasso. Ni siquiera el correísmo, la primera minifuerza electoral, tiene candidatos que aseguren su triunfo, mucho menos las otras etiquetas huérfanas de bases y de dirigentes. La elección anticipada pondría en apuros a todos, sin excepción, y ofrecería el espacio ideal para cualquier bailarín que pueda suscribir manifiestos de derecha y candidatizarse por la izquierda.

Por consiguiente, toma mayor fuerza la posibilidad del uso de la violencia. El derrocamiento del presidente luce muy atractivo frente a los problemas que presenta el juicio político. Las declaraciones recientes de una asambleísta acerca de la incapacidad mental como causa para el juicio no deja dudas del margen estrecho que significan para ellos (y ellas) los procedimientos institucionales. En este caso, la pelota pasa a la cancha del pachamamismo, pero a la vez aleja a algunos de los aliados actuales. Hay material para una tercera temporada. (O)