Después de múltiples intentos, logré inscribirme en el plan de vacunación. Un mensaje de texto me informó el miércoles 17 de marzo que hacía parte del grupo prioritario (supero con meses a don Alfonso Espinosa de los Monteros…) y que en los próximos días recibiría el aviso del lugar y hora donde tendría que vacunarme. Después de esperar pendiente de los mensajes, este me llegó el lunes 5 de abril a las 02:43 p. m.: “Su cita está agendada para el 06-04-2021 a las 08:05 en el Campus Gustavo Galindo Espol, favor acudir 30 minutos antes”.

Estoy absolutamente clara de que los primeros en ser vacunados deben ser todas las personas que están en primera línea, todos y cada uno de los que con esfuerzo y dedicación nos cuidan y salvan la vida a millones de seres humanos, de diferentes profesiones, algunos más visibles que otros.

Creo no tenerle miedo a la muerte, me ha rozado muchas veces y sé que mi vida está en otras manos en las que confío plenamente.

He experimentado, como la mayoría de los adultos mayores en época de pandemia, que muchos nos consideren un estorbo. Si los años no nos han endurecido, los mayores tendemos a tener la sensibilidad más a flor de piel. Intento comprender cuál es nuestro aporte a la sociedad en las circunstancias difíciles que vivimos, me cuesta encontrarlo… Me da vergüenza ser mayor y privar a los demás de algo que ellos también necesitan.

Por eso quería compartir la experiencia al ser vacunada. No es el común denominador, muchos mayores han sufrido maltratos, horas de espera bajo el sol, irrespeto, pero otros como yo hemos vivido una experiencia distinta, que podría multiplicarse si la atención se centrara en las personas.

Llegado el día fui con dos acompañantes. Varios controles de guardias supervisaban que tuviera cita agendada. Llegué a las 07:00, había cinco personas. Vi que se instalaba una fila y que había muchas sillas distribuidas a la distancia requerida, en un espacio con techo cubierto. Pregunté al guardia si podíamos llevar las sillas a la cola. Me miró extrañado y me explicó que hacían fila los acompañantes, los mayores nos sentábamos a esperar. Llegada la hora, los guardias de la puerta tomaban la temperatura y hacían pasar. No había lista, la persona que debía tenerla no llegaba, así que nos atendieron en algunas ventanillas tomando de nuevo nuestros datos ya registrados, nos daban un número. Nos tomaban signos vitales. Los mayores suelen tener la presión alta, y con estrés esta suele subir. Música de fondo romántica comenzó a escucharse poniendo un ambiente de tranquilidad. Nos llevaron a una sala para 30 personas, los demás esperaban en un patio con aire acondicionado. Las vacunas aún no llegaban, los acompañantes seguían a nuestro lado. Arribaron las vacunas y en turnos de diez nos inyectaban con cuidado. Los acompañantes pasaron a un auditorio, veían películas de acción. Antes les informaron de la existencia de un bar y dónde se encontraban los baños. Pasaron los 30 minutos posvacuna. A las 08:35 salimos. La cola era larga, algunas personas estaban al sol, pero los mayores, no.

La atención en la Espol fue excelente. Sentirse cuidado con ternura fue una experiencia que desearía la tuvieran todos los que en medio de tanta angustia tienen vivencias frustrantes y dolorosas. (O)