Es posible que nunca llegue el día que se produzca una gestión propositiva de todos y cada uno de quienes se dedican, temporal o profesionalmente, a la política. Esta afirmación generaliza en exceso un grave problema, es cierto, porque excepcionalmente puede haber un comportamiento adecuado de los políticos, pero en este caso generalizar es útil para ilustrar cómo ellos, en lugar de operar mancomunadamente para lograr el bien común, prefieren incurrir en permanentes obstrucciones debido al sectarismo de los partidos o movimientos a los que sirven, por ejemplo, en esas cosas llamadas asambleas nacionales o parlamentos.

Un mensaje constante de los políticos es que algunos de ellos pueden hacer lo que les venga en gana e incluso ser tontos, fatuos, corruptos, lerdos y cretinos. Todo pagado con dinero público. Viva la democracia contemporánea. Por eso, como la estupidez cunde en todas partes, incluso en sociedades donde supuestamente la institucionalidad gubernamental es muy antigua y sólida, la más reciente novela del escritor británico Ian McEwan tal vez nos ayude a comprender la penosa situación que vivimos. En ese relato, al despertar una mañana de un sueño intranquilo, una cucaracha se vio convertida en un monstruoso ser gigantesco.

Todavía aturdido en la cama, el insecto se percata de que únicamente tiene cuatro extremidades no peludas, no ve sus antenas por ningún lado, percibe extrañamente los objetos en colores y su carne está fuera del esqueleto. Ha sufrido una transformación y poco a poco va recordando que le ha sido encomendada, para realizarla en la superficie de las calles, una misión urdida en las alcantarillas de donde ha salido. Entonces se tranquiliza al comprobar que su cerebro continúa siendo el del insecto que es desde hace millones de años. Lo que ha pasado es que la cucaracha se ha convertido en Jim Sams, el primer ministro británico.

Y, cuando el político va a su oficina de político, y se reúne con su gabinete de políticos, se da cuenta de que los otros políticos son como él, es decir, cucarachas metamorfoseadas que, empleando los recursos de la mentira y el delirio, quieren obstruir cualquier propuesta que no sea provechosa para sus mezquinos intereses de grupo. Lo preocupante es que esta simbiosis de político y cucaracha se replica en muchas partes del planeta, pues Sams sospecha que el presidente norteamericano Archie Tupper podría ser también uno de ellos. Toda esta fábula se desarrolla en la novela satírica La cucaracha (Barcelona, Anagrama, 2020).

La novela se sitúa en Londres, pero la condición humana es una sola y los acontecimientos del libro bien podrían estar sucediendo a nuestro alrededor. Los asambleístas son los políticos por excelencia pues se supone que deben contribuir con leyes que beneficien al país y a su mayoría. ¿Están haciendo eso o son un grupo dedicado a medrar para sus partidos? La advertencia colocada en el inicio de la novela (traducida por Antonio-Prometeo Moya) es también una gran enseñanza: “Los nombres y personajes son fruto de la imaginación del autor y cualquier parecido con las cucarachas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia”. (O)