Al arrancar 2022, insistir en este objetivo clave: la economía ecuatoriana debe crecer en el futuro entre 4 y 5 % al año (quizás en 2020 sí se logró, como efecto de rebote de la enorme caída de la pandemia). Objetivo mayor al 2–3 % de algunas proyecciones (o supuestos) que organismos nacionales e internacionales plantean. Ojo: crecer de manera sostenible, no recurriendo a espejismos que luego se desvanecen y son peores, como endeudarse en exceso, forzar al Banco Central a imprimir más dinero incluso en dolarización (“no tiene nada de malo”), tomarse los recursos de jubilaciones (“solo se necesitará en el futuro, podemos usarlo ahora”) o aumentar el gasto público sin preocuparse de la productividad (“porque eso estimula la economía”).

¿Por qué este objetivo? Porque es la única manera de mejorar empleo e ingresos y disminuir la pobreza (factores terriblemente afectados por la pandemia). Si la torta no crece, solo se puede quitar a unos para dar a otros, pero no aumenta la riqueza.

¿Cómo se mide el crecimiento? A través del PIB: “el valor de los bienes y servicios finales producidos en el año”. Una medida con muchos defectos conceptuales, pero además con dificultades de medición (como cualquier indicador que abarca toda la economía). Pero en el fondo la pregunta debe ser: ¿qué hacer para que la economía de la vida diaria de la gente mejore ese 4–5 % anual, más allá de si podemos o no medirlo correctamente? Y para eso vale recordar que la economía crece si hay más gasto de consumo de los hogares, más inversión, si exportamos más y si el gobierno gasta más o menos (…). De entrada deberíamos ponernos de acuerdo sobre esto último: el gasto público debería decrecer al eliminarse actividades improductivas (aparentemente esto va en contra del crecimiento que es nuestro objetivo, pero en realidad es lo contrario: menos gasto público improductivo mejora el promedio de productividad y no extrae recursos de otras actividades que sí son productivas). En consecuencia, si el gasto estatal se sitúa en negativo, los demás factores deberían crecer hacia el 5–6 % anual, lo cual implica que la oferta productiva retome y mantenga un ritmo de crecimiento sostenido.

¿Es posible? Sí, aunque no es fácil. Necesitamos… Uno, mantener la confianza colectiva de que vamos por buen camino (la reforma tributaria o el alza salarial pueden haberlo mermado, pero hay que remotivarse). Dos, aprovechar el mal entorno político de la región para atraer inversión, lo cual está sucediendo. Tres, mantener vigilancia y vacunación alrededor de nuevas cepas del COVID. Cuatro, la reforma laboral (“de sentido común”) que entrará en fase de discusión pública, pero luego debe acelerarse. Cinco, seguir la apertura externa: tratados de comercio con México, Alianza del Pacífico, EE. UU. y otros, bajar aranceles e ISD. Seis, fuerte disminución del gasto público improductivo de lo que poco se ha visto, incluyendo ventas como el Banco del Pacífico (un paso importante para abrir más competencia externa en el sistema financiero). Siete, apoyo interno para impulsar petróleo y minería responsables (…). ¿Hay que hacer el 100 % de todo? No, con 60–70 % vamos por buen camino… ¡Con inevitables buenos y malos momentos, un excelente 2022 para todos! (O)