El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó un informe sobre el aumento de la polarización política en América Latina y el Caribe (ALC), en el que se analiza una serie de elementos que comprueban la radicalización de posiciones en la región que, en los últimos 20 años, trajo consigo la confrontación social, en lugar del diálogo.

Democracia sin República

Los medios de comunicación social tradicionales y las redes sociales permiten deducir que las sociedades latinoamericanas y caribeñas están más divididas que nunca, sostiene este informe. Ese radicalismo lleva al distanciamiento entre quienes conformamos las sociedades y a las confrontaciones que atestiguamos en las expresiones del malestar social, en los procesos electorales, en la parálisis legislativa y en tantas otras manifestaciones que vuelven a nuestras sociedades “tóxicas”, como dice la jerga popular. Estas expresiones de la polarización azotan al mundo y no permiten alcanzar acuerdos ni tener visiones de largo alcance.

El doble rasero de México y Brasil en su política exterior

La polarización creciente no es solo en ALC, sino a nivel global, pero la espiral de crecimiento en nuestra región rebasa con creces lo que ocurre en otras partes del mundo. Hace 20 años, ALC obtuvo un puntaje por debajo del promedio mundial y era la segunda región menos polarizada del mundo. En el año 2015, la polarización en ALC comenzó a crecer más rápido, superando la media en el 2017. Desde allí, la región se ha convertido en una de las más polarizadas del mundo, superada únicamente por Europa del Este y Asia Central.

Dictaduras a la carta

La fragmentación se produce cuando las personas se identifican con un grupo de pensamiento afín, en una dinámica que impulsa el distanciamiento y una alienación con otros grupos que no forman parte de su silo mental. La forma en que consumimos información está acentuando, cada vez más, esa fragmentación y volviendo imposibles a los compromisos, acuerdos y entendimientos. Esas confrontaciones derivan en la violencia, en el debate altisonante y grosero, en las luchas fratricidas, en la radicalización del racismo y en las contiendas estériles. Todos contra todos sería el lema del momento.

El informe sostiene, también, que a medida que las sociedades obtienen información a través de las redes sociales y la web, los algoritmos están programados como cajas de resonancia y filtran lo que los usuarios quieren, produciendo un efecto de desinformación selectiva. Lo mismo ocurre cuando las redes usan los algoritmos políticos que promueven las burbujas ideológicas, que pretenden confirmar creencias políticas preconcebidas, que traen el rechazo violento a quien no comparte sus ideas.

La tecnología maravillosa de la información y la comunicación que tenemos en nuestras manos debería ser un mecanismo que aumente las vías de diálogo y no a la inversa. Se podría regular el uso de algoritmos que promueven la polarización. Un orden mundial de información, que garantice las libertades, los derechos humanos y los valores democráticos, es necesario para que estos mecanismos evolucionen y sirvan para cohesionar, en vez de fomentar la polarización. (O)