Luego de la pandemia y el paso masivo a la formación virtual por internet, sobre todo sincrónica con videoconferencias, además de la que lleva varios años instaurada en plataformas de cursos específicamente virtuales, no hay mucho que decir respecto a las ventajas de las herramientas tecnológicas. Sí conviene seguir reflexionando sobre sus limitaciones. De manera especial si se tiene en cuenta la apertura generosa que se ha dado en Ecuador hacia universidades extranjeras que conceden títulos de grado, maestría y doctorado.

Uno de los problemas pedagógicos de la virtualidad, por más que haya mecanismos informáticos de registro de asistencia, es la ausencia flagrante de alumnos que, aunque activan sus cámaras, en realidad no se encuentran presentes. Señalo este lado del problema porque tiene su reverso: cuando los estudiantes se conectan a sus universidades y del otro lado no hay nada más que un archivo, no hay nadie que pueda dar la cara sobre… la realidad nacional del país del estudiante.

Norte de Ecuador, sur de Colombia

Más allá de quienes tienen problemas de movilidad, o bien porque no pueden ir a una ciudad universitaria, o incluso el traslado dentro de la propia ciudad es problemático, o porque no pueden viajar al extranjero, donde se encuentra su universidad ideal, lo cierto es que no hay punto de comparación respecto a lo significativo que es el encuentro presencial no solo con los profesores, sino con los compañeros de clases. Solo por indicar un aspecto puntual: una tutoría virtual dura mucho menos que una tutoría presencial, porque se cortan por completo los aledaños de un encuentro en vivo. Pero es allí justamente, en esos márgenes del encuentro social, donde se producen esas variables de conocimiento mutuo que generan nuevas reflexiones, vinculaciones entre personas y grupos, y a veces contactos personales que pueden marcar de manera decisiva una carrera profesional y académica en el país del estudiante. La atmósfera que se vive en una universidad, la serendipia que facilita el contacto visual y auditivo, y el azar que la eficacia virtual restringe sin duda, es un valor que los estudiantes, investigadores y profesores reconocen, y que considero que está llevando la dinámica educativa a una relevante diferencia de nivel. Es posible que la formación presencial pueda reducirse con los años a medida que se sofistiquen las interfaces y plataformas, pero proporcionalmente los estudiantes que buscan una mayor calidad humana y académica, y el conocimiento de su propio país, también se preocuparán por invertir tiempo en tener la posibilidad del contacto presencial.

Lo cierto es que la realidad se presenta con grados variables: no es posible prescindir de las herramientas tecnológicas, pero de igual manera no es recomendable eliminar por completo el factor humano presencial. En este contexto, concretamente en el ámbito ecuatoriano, ha sido notoria la introducción de una gran oferta internacional, con la particularidad de que esas titulaciones están reconocidas por el Gobierno. Es muy sana la competencia académica, porque no habría nada peor que un proteccionismo a la defensiva que encierre las posibilidades educativas, pero me pregunto si no será un riesgo abrir con tanta facilidad la oferta y la aceptación de titulaciones extranjeras virtuales, si es que no se tienen los mismos mecanismos de control y de exigencia de calidad, y sobre todo la vinculación con la propia comunidad, que deben cumplir las universidades nacionales. Aunque sea de menor costo un título extranjero virtual, a la larga resulta oneroso si tarde o temprano el alumno descubre que la formación ofrecida no era tan buena como parecía.

Desconocimiento y falta de dinero, entre las principales trabas que buscan superar estudiantes de bachillerato para ingresar a la universidad

Los prestigios de las universidades se ganan a pulso de una oferta actualizada, dinámica, creativa, no anquilosada en un academicismo de salón interpares; y, sobre todo, que pueda ofrecer a los estudiantes esa riqueza del ecosistema cultural que le permita tener lo que les urge: un contacto con la realidad de sus profesiones, de su campo de trabajo, de las situaciones laborales que requieren de un rostro y una voz para abrirse camino.

Quien tiene la palabra, a fin de cuentas, es el estudiante. O mejor dicho: su necesidad. En algunos casos, hay una cierta prisa por llegar a tener un título; pero, en otros, si bien se tiene esta expectativa, pesa más la búsqueda de calidad en la formación y la posibilidad creativa que los encuentros presenciales facilitan. Las mismas universidades ecuatorianas han desarrollado formación virtual hace años. Saben, al mismo tiempo, que es posible combinar tales herramientas con la prerrogativa de lo presencial en formas híbridas que terminan generando una tercera vía para que se pueda aprovechar la riqueza del encuentro humano en el propio país. Y este es el punto débil de las ofertas virtuales del extranjero.

Quizá debería ser un aspecto relevante para las autoridades educativas ecuatorianas que los controles de calidad y las vías para facilitar el encuentro con la realidad del propio país se puedan aunar con una vinculación a la comunidad nacional.

¿No sería recomendable, acaso, que las universidades extranjeras que ofrecen formación virtual establezcan convenios con universidades nacionales de manera que se evite la desconexión con el medio real de los estudiantes?

El contraste

Podría ser un requisito importante. Los estudiantes de Ecuador no pueden ser considerados como un “mercado asequible” frente a los de países vecinos que son más estrictos y no conceden tanta apertura. Sin incurrir en proteccionismo, se defiende no solo la calidad educativa de sus estudiantes, sino toda la inversión nacional que significan las universidades públicas, y no se diga la inversión que realizan las universidades privadas, que son las primeras afectadas en una competencia internacional sin reglas equitativas. La calidad y el talento siempre se imponen, pero los tiempos de la educación no son los tiempos rápidos del consumo de un producto fugaz. Toma años. La acepción de la palabra competencia es siempre doble: no solo es la rivalidad por un mercado, sino también la capacidad y la aptitud, el carácter idóneo, para intervenir en un campo determinado: en este caso, el de la realidad nacional donde viven los estudiantes. (O)