El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, se destaca por parecerse a muchos de los gobernantes de la región. Ignorante, descarado, impetuoso. Un conductor desbocado sin frenos y con llantas lisas que llegó a afirmar que la vacuna contra el COVID-19 convierte a las personas en cocodrilos. Como sabe poco de ciencia, muestra de lo cual acaba de eliminar ingentes cantidades de fondos para investigación, Bolsonaro desconoce que convertirse en un cocodrilo sería un privilegio. A diferencia de muchos humanos, los cocodrilos tienen la capacidad de desarrollar relaciones amistosas entre ellos y miembros de otra especie. Son comúnmente curiosos y demuestran la habilidad de aprender rápidamente. Además, tienen una dentadura envidiable y su mordida no tiene competencia en el mundo natural.

Mejor habría advertido sobre la posibilidad de convertirse en una lombriz, que son maravillosas para procesar desechos orgánicos y convertirlos en ricos nutrientes, pero llevan una existencia francamente simple. Tal vez tan básica como la mente del presidente brasileño.

El problema es que Brasil tiene un rol fundamental en la región. Produce probablemente más ciencia que cualquier otro país y que varios países combinados en América Latina: junto con Argentina es uno de los solo dos países que han producido vacunas contra el COVID-19, y fue el que más vacunas produjo. Por eso, las afirmaciones y decisiones de Bolsonaro no pueden ser desestimadas y más bien sorprende que haya poca preocupación en nuestros países mientras él se roba los titulares de medios internacionales como la BBC y el New York Times, y poderosas editoriales científicas como Nature, Science y Lancet.

Los extremos a los que ha llegado el Gobierno brasileño han resultado en que las agencias y financiadores de ciencia hayan recibido en 2020 solo una tercera parte de su presupuesto de 2015, y ese dinero se necesita hasta para producir radiofármacos para el tratamiento de cáncer. Todavía más peligroso es que Bolsonaro niega el cambio climático (y el rol de los humanos en provocarlo), algo que nadie en sus cabales, y camino a la Conferencia de las Partes 26 que se inicia este domingo, lo sigue haciendo.

Si solo implicara negar el cambio ambiental global, como quien afirma que la tierra es plana y sencillamente está haciendo el ridículo, no habría motivo para inquietarse. Pero es claro que, si su posición en contra de la ciencia tuvo gran influencia en la debilidad de la respuesta de Brasil a la pandemia, la tendrá en el ámbito de impacto ambiental y sostenibilidad. Y, ante eso, los Gobiernos de la región no pueden quedarse de brazos cruzados.

Sin necesidad de criticar a Bolsonaro, nuestros presidentes deberían al menos educarse más en la materia. Solo la desertificación y las inundaciones, dos caras de la misma moneda, exigen planes de adaptación realistas y, por tanto, menos politizados y más efectivos. Esto no significa que debemos olvidar la atención que requieren las inequidades socioeconómicas, el narcotráfico y la violencia: recuerden que las consecuencias del cambio global en la agricultura y la vivienda acentuarían los actuales problemas de la región. (O)