Hub logístico”, “punto de envío clave en el tráfico albanés”, “epicentro de violencia”, “escuela de sicarios”. ¿Es esa la descripción de una ciudad mexicana ubicada en los estados de Sinaloa o Chihuahua, lugares bajo control virtual de los poderosos carteles que operan en ese país, o acaso es la referencia de Tumaco, ciudad colombiana ubicada cerca de la frontera con Esmeraldas, perteneciente al departamento de Nariño y que es considerada un ejemplo claro del colapso del tejido social debido a la influencia del narcotráfico? Lastimosamente y con gran resignación, hay que aceptar que la mención que hizo recientemente el prestigioso diario británico The Telegraph es de Guayaquil, convertida de forma progresiva y trágica en un imán del circuito global de la droga, así como del incalculable negocio ilícito que gira en torno de este.

Mafias albanesas instalan escuelas de sicarios en Guayaquil

La gente que conoce a profundidad los entretelones del negocio ilícito de la droga sabe, hasta la saciedad, que la lucha contra el narcotráfico es tremendamente compleja, en gran medida debido a las enormes sumas de dinero que disponen las mafias para desarrollar y expandir su actividad criminal; reconociendo precisamente esa dificultad, los especialistas sugieren que los distintos Gobiernos deben adoptar políticas integrales de seguridad, en las cuales deben resaltarse los objetivos de inteligencia de la Fuerza Pública. Se menciona que los Estados que aplican con eficiencia esas políticas de seguridad pueden contrarrestar, de alguna manera, las consecuencias derivadas de la violencia e inseguridad, anticipando que aun en aquellos casos resultaría candoroso aventurar una victoria total sobre el narcotráfico. Para enfrentar el problema narco, en el caso de nuestro país no como productor pero sí como punto de distribución global, hay que tener las cosas muy claras.

Mafias europeas operan desde Ecuador, incluso desde prisión coordinan la salida de la droga

Desafortunadamente, parecería que no existe una política oficial de seguridad que permita gestionar la crisis, al menos mitigándola de alguna manera. La posibilidad cierta de que Guayaquil termine ingresando en este año a la lista de las ciudades más violentas del planeta puede terminar siendo anecdótica para algunos, pero en realidad es una evidencia del descontrol en el que se ha sumido de forma vertiginosa. El argumento de que la violencia es básicamente una respuesta coyuntural de los grupos criminales ante los importantes decomisos de drogas que se realizan de forma periódica puede satisfacer las inquietudes primarias de quienes tratan de encontrar alguna explicación al problema de la inseguridad, pero de ninguna manera tranquiliza el ánimo y el sentir de los guayaquileños, quienes asisten atemorizados al camino oscuro al que hemos ingresado.

La “escuela de sicarios” en el Cerro Las Cabras en Durán recluta a niños de 10 años para la venta de droga y los entrena para los crímenes

No se trata por lo tanto de exigir fórmulas milagrosas que aplaquen el ritual de violencia que se da en Guayaquil en unas cuantas semanas, pero sí, al menos, de exigir al Estado que implante con eficiencia y fortaleza una política integral de seguridad, lo cual hasta ahora no ha ocurrido. La otra posibilidad es que nuestra ciudad se convierta, como algunos ya han anticipado, en un remedo de Ciudad Gótica. Y ahí sí, ¿quién nos salva? (O)