Horas antes de que ocurriera la terrible muerte de un turista holandés en un bar de las escalinatas del cerro Santa Ana, en Guayaquil, desde la Gobernación se difundían, como paradoja, cifras muy halagadoras, excesivamente halagadoras, de éxito en las acciones en contra de la delincuencia, que tiene arrinconada a la ciudad, desde hace varios meses.

Decía el boletín de prensa, con tono de verdad absoluta y exitosa, que en las dos primeras semanas de enero se habían ejecutado en la provincia del Guayas 25.424 operativos de control antidelictivos, lo que, usando una simple calculadora, significa que se hicieron 1.695 por día, lo que, considerando las 24 horas, sin descartar las noches y madrugadas en las que la actividad en general se reduce considerablemente, equivaldría a más de 70 operativos por hora. Derroche de números, muy difíciles de digerir, más aún cuando todos los días hay al menos entre tres y cuatro casos de sicariato, y los robos barriales, viales, comerciales, que se denuncian quizás solo en un 10 % de lo que ocurren, proliferan por toda la región.

Llegó la noche del miércoles 18 y la realidad tumbó aquel optimista comunicado: un visitante holandés, que departía con dos mujeres en un bar del turístico sector del cerro Santa Ana, recibe un disparo de atracadores, a los que al parecer enfrentó, y muere en el trayecto al hospital. Si esto ocurrió en la cuna de Guayaquil, hoy céntrica y sobre todo turística, ¿dónde será que se ejecutaron los 25.000 y más operativos de control anunciados? ¿Puede, informativamente, confiarse en datos y cifras que difícilmente pasan un análisis lógico y luego son tan frágiles frente a la realidad?

La tentación de caer en la grandilocuencia de los números a favor parece ser demasiado grande para las autoridades que no han dado muestra de solvencia en el manejo de la complejísima realidad de la seguridad ciudadana. Pero creo que, con lo ocurrido en la década del correato, deberían haber asimilado que, por más que se inviertan toneladas de recursos económicos en el posicionamiento de una imagen sostenida por falacias, más temprano que tarde se filtrará la verdad y los autogoles serán inevitables.

La inseguridad en Guayaquil y su zona aledaña se torna desesperante, angustiosa, pero la estrategia de contención informativa no puede concentrarse en el desmentido con datos que en cuestión de minutos serán también desmentidos por algún sicariato, un violento robo en transporte público o la vulneración de locales comerciales que tratan de reactivarse, en medio de la pandemia, y no batallan solo contra el virus, sino con quienes arremeten contra sus clientes.

Y la estrategia de imagen no puede concentrarse en el espectáculo de los policías en una esquina en la que detienen motociclistas y buses, expresando prácticamente a gritos que los reales delincuentes pasen por otro lado, burlando cualquier acción efectiva. Aunque parezca que la crisis de seguridad se profundiza, las autoridades tienen que cambiar de estrategia, por una más operativa que les dé resultados efectivos y lógicos, y solo entonces, cuando los tengan, difundirlos con la coherencia que la delicada situación demanda. (O)